Una pequeña gota
resbala por su pecho. Es hipnotizante ver cómo una simple gota es capaz de
transformarse en el vehículo de los sueños del observador, cuando avanza sobre
una superficie que le ofrece la resistencia suficiente como para que no deje su
trayecto, no se quede pegada ni desaparezca producto de una incontrolable
velocidad. El ver una gota avanzar lentamente sobre una superficie puede llegar
a ser tan relajante como el mejor tranquilizante del mercado.
La pequeña gota
sigue resbalando a baja velocidad, y se pierde en su escote. Sus mamas que
parecen estar firmes guían a la obscena gota por el seno que las separa, despareciendo
de mi vista y entrando en el prohibido territorio que mis padres y mi religión
me impiden escrutar, hasta que me haya casado. Ella es más libre que yo: sus
padres no le ponen límites y su religión… bueno, de hecho no la tiene. Muchos
me han dicho que ella es mala, que ha conocido de los placeres de la carne con
más de un hombre sin estar casada ni comprometida, pero no les creo. Ellos
hablan de envidia porque ella se fijó en mí y no en ellos; uno que otro dice
haber conocido de su carne, pero a ellos les creo menos. Pese a todos los
rumores, ella es pura, y mía.
La pequeña gota
reaparece por debajo de su peto, recorriendo con lentitud el largo viaje entre
su tórax y su ombligo. Pese a todo lo que recorrió, la gota sigue su viaje
silenciosa; ella, que puede gritar a los cuatro vientos de haber conocido el
seno de mi pura compañera, no dice nada, pues sabe que aunque sea cierto no le
creeré. Además, y aunque le creyera, no importaría mucho, pues ella no le
permitió recorrer su piel, sino que la gravedad, una de las irrefutables leyes
descubiertas por los científicos y fundamentadas en dios, hizo que la gota
siguiera ese pecaminoso viaje. No es culpa de ella sino de la física divina, y
si dios lo dispone, así debe ser.
La veleidosa gota
se enfrenta al final de su camino, llegando al borde del precipicio umbilical;
justo cuando debía llegar a destino, un pliegue de su piel desvía su viaje
hacia la derecha, haciendo que esquive al ombligo y siga su viaje hacia donde
nadie debería ir, hasta después del vínculo sagrado ante los ojos de dios. Ella
estaba confundida hace un rato; al parecer las habladurías de la gente hicieron
que quisiera darme algo que aún no merezco, intentando despojarse de sus ropas
y despojarme de las mías, para hacer aquello que dios condena en todas sus
formas. No la pude hacer entender, no quiso entender…
La sucia gota estaba por llegar a la pretina de
su pantalón. Justo cuando iba a pasar ese sagrado límite, la sequé para que
nada tocara esa inmaculada zona. La gota carmesí se veía bellísima sobre su
pálida piel, pero al igual que todas las otras gotas, que en un principio
salieron en torrente desde el corte que hice en su cuello cuando quiso que
intimáramos en pecado, y que luego siguieron manando cada vez más lentamente,
debí enjugar para que no llegaran a un puerto que no les correspondía. Ahora
que la última gota ha sido eliminada, puedo abrir mi cuello para seguir los
pasos de quien será sólo mía por toda la eternidad.