Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, junio 26, 2013

Fiebre



Nada nuevo parecía haber esa mañana en la vida de Augusto; de hecho, hacía miles de mañanas que nada nuevo aparecía en su horizonte. Su vida se había convertido en una rutina desde que enviudó, hacía ya más de diez años. Su esposa se había transformado en su vida, y su partida convirtió su existencia en eso, una simple existencia que veía pasar el tiempo desde la misma habitación que vio partir al motor de su realidad y lo había dejado como un mero chasis, en espera que la Parca lo sacara de las calles y lo llevara al definitivo destino de felices e infelices.

Augusto seguía su rutina casi como un autómata, evitando cualquier cosa que lo sacara del plano en que circulaba: despertar, ducharse, desayunar, ir a trabajar, volver al hogar, cenar y dormir. Lo que fuera que alterara ese ciclo perfecto debía ser neutralizado lo antes posible, para que el destino no intentara retomar las riendas de su vida y quisiera someterlo a nuevas alegrías, que tarde o temprano se convertirían en sufrimiento. Así, Augusto sobrevivía porque había que sobrevivir, pero esperaba a cada instante que la muerte se acordara de él y se lo llevara, eventualmente, a reunirse con al menos el recuerdo de su esposa.

Una noche de invierno Augusto llegó más tarde que de costumbre a su hogar, producto del natural colapso de la ciudad que acaecía después de la primera lluvia. El triste hombre llegó empapado, pues decidió bajarse del bus y seguir el trayecto a pie, para ganarle algo de tiempo al eterno taco. De inmediato se sacó la ropa mojada y se puso una tenida seca, para poner a secar su vestimenta que debería usar al día siguiente en su trabajo. Al poco rato los calofríos y la fiebre lo invadieron con violencia, dando inicio a un desagradable cuadro gripal, que probablemente lo dejaría en cama un par de días, y al menos esa noche se encargaría de despertar sus demonios en una incómoda pesadilla febril.

Luego de quedarse dormido con los ojos adoloridos, Augusto apareció en un yermo patio, de noche, en la parte posterior de una desvencijada casa de madera. En medio del desértico patio había un gran árbol, del cual pendían un par de cuerdas atadas a una tabla, que hacía las veces de columpio: su sorpresa fue mayor al darse cuenta que esa casa y ese columpio era donde se había conocido con la que sería su esposa, cuando ambos no pasaban de los quince años. Un nudo en su garganta se hizo presente al recordar a su fallecida esposa en la pesadilla, a sabiendas que en la realidad no era más que la congestión propia de su gripe. El cansado viudo se acercó al columpio y lo meció con suavidad: en ese instante la imagen de su esposa se hizo presente, balanceándose en el simple juego de juventud. Augusto le quiso hablar, pero el nudo en su garganta y la felicidad que le causaba ver al complemento de su vida lo hicieron desistir de su intento.

Un rato después, Augusto se vio dentro de la casa en que se enamoró con su mujer. El lugar estaba abandonado, en malas condiciones, sin mantención, casi a punto de derrumbarse; al ver las derruidas paredes, Augusto sintió nuevamente apretada su garganta, recordando aquella ocasión en que la mujer de su vida lo ayudó a limpiar las superficies para luego colocar papel mural para así cambiarle el aspecto al lugar. Justo en ese momento de la pesadilla, apareció su mujer fregando la pared, mientras él sujetaba un balde donde ella remojaba una y otra vez la esponja. Nuevamente su garganta y su efímera felicidad le impidieron hablarle.

Sin darse cuenta, Augusto apareció en la calle, a la entrada de la desvencijada casa. Esa noche llovía tal como en la realidad, en que la lluvia lo atrapó y le contagió la gripe, cuya fiebre lo tenía ahora disfrutando al amor de su vida, al menos hasta que despuntara el alba y debiera abandonar esa maravillosa pesadilla para volver a la tortuosa realidad. De pronto y sin que algún recuerdo evocara nada, su fallecida esposa apareció frente a él, y empezó a apretar su cuello cada vez con más fuerza. Pese a que Augusto sentía que la vida se le escapaba, sabía que una vez que terminara el pasajero dolor estaría con su esposa para siempre. A la mañana siguiente su cuerpo fue encontrado asfixiado por las sábanas en que se revolcó, producto de la fiebre. Pese a la horrenda muerte que había sufrido, su cadáver mostraba una eterna sonrisa.

1 Comments:

Blogger CG said...

Tu blog debe ser fruto de mi propia alucinación provocada por la fiebre que arrasa mi buen sentido :-)
Po pa'ti <3

9:34 p.m.  

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