Nadie parece
entender el valor del silencio. A veces pareciera que todo debe estar inundado
de música, sonidos, o simplemente algún ruido; la sociedad se acostumbró a
hacerse sentir para todos los sentidos, pero estamos llegando a un instante en
que nuestros oídos ya no dan para más.
Cada vez que voy a
algún lugar, me paro en la puerta de la entrada y escucho el ambiente, y en
casi todos los lugares pasa lo mismo: la gente quiere interactuar, quieren
conversar, decirse lo que sea que los saque de su fuero interno y los abra al
resto; por otro lado, los administradores quieren que su lugar tenga un cierto
ambiente, y es por ello que colocan música, para que se sienta la impronta de
quien gobierna temporalmente ese espacio. Y ahí empieza la batalla, pues el
barullo que provoca la gente al hablar hace que la música no se escuche bien, y
ello lleva a que el administrador suba el volumen del audio, y por supuesto la
gente que quiere hacerse escuchar habla más alto, para que su interlocutor lo
escuche por encima del sonido de la música. Así, cada vez salgo menos, y cuando
debo hacerlo trato de demorarme lo menos posible, para no tener que soportar la
cada vez más insufrible ausencia de silencio.
Y estás tú. Tú,
que se supone que compartes mi mundo y mi realidad. Tú, mi compañera, mi amiga,
mi confidente, mi amante, mi futuro… tampoco entiendes el valor del silencio. Tú
eres parte del problema, manteniendo encendido el televisor del comedor y el
del dormitorio en canales distintos, mientras estás en la cocina haciendo tus
experimentos de comida internacional con la radio encendida; cada vez que se me
ocurre, no, que necesito apagar algo para tener al menos unos minutos de
tranquilidad, corres hacia donde estoy, lo enciendes de nuevo y argumentas que
estás viendo el programa de a pedacitos, para luego saldar el asunto con un
beso e irte, dejando el esperpento del lugar a todo volumen, y mis oídos a
punto de reventar. Te amo, pero parece que
no del modo en que necesito que me ames.
Silencio. Manjar
de dioses, bálsamo para pensadores y filósofos, entorno imprescindible para
creadores y recreadores. Creo que fue la mejor decisión, si no eras capaz de
entender mis necesidades no eras para mi; por otro lado, no podía obligarte a
aguantar mi necesidad de silencio, así que lo mejor fue que cada cual siguiera
su camino. Espero que seas feliz en tu ruidoso mundo moderno, y que hayas
atesorado algo de la importancia del silencio para la paz interior. Yo también
trataré de ser feliz, y me llevo de ti todos los maravillosos recuerdos que
hicieron parte importante de nuestras vidas. Y por supuesto tu lengua, que
corté antes de abandonarte mientras dormías, para no olvidar lo peligroso para
la vida en pareja que puede llegar a ser cualquier parte del cuerpo humano, y
para tener algo tuyo conmigo para siempre.