Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, julio 31, 2013

Condición



Las manecillas del viejo reloj de péndulo parecían avanzar cada vez más lento para Ernesto. Había instantes en que hubiera podido jurar que las manecillas se estancaban, o inclusive retrocedían, mas luego se daba cuenta que todo era producto de su imaginación, o más bien, de su ansiedad. La sala de estar y biblioteca de la vieja mansión de su abuela era un lugar de temer, digna de cualquier película de terror de la primera mitad del siglo veinte: techo altísimo, elevado casi a cuatro metros de altura, paredes oscuras y mal tenidas, ocultas tras libreros enormes que tapizaban los muros casi a todo lo alto y dejando a lo ancho el espacio justo para los interruptores del alumbrado y la apertura de las puertas; una gran chimenea al medio de la pared del fondo, cuyos ladrillos se veían cubiertos parcialmente de hollín, y una pequeña ventana ubicada en el techo del lugar en forma de tragaluz, le daban al lugar un aire desagradable para un joven veinteañero como Ernesto, quien no lograba conectarse a internet con su teléfono, pues las paredes parecían conformar un búnker que bloqueaba las señales electromagnéticas, y donde no había enchufes como para recargar su teléfono o su notebook, para al menos haber jugado los juegos que tenía cargados en sus dispositivos. Así, estaba obligado a estar aislado de la realidad por un capricho de su abuela, pero que luego le traería frutos bastante generosos.

La anciana madre de su padre había muerto apenas un mes atrás. Ernesto era el nieto rebelde y poco preocupado, que no tomaba en cuenta a la vieja mujer, pues sentía que no debía haber vínculos entre una generación que creció con radios, trenes, libros y disciplina, con otra que se formaba a la par de los cada vez más vertiginosos avances tecnológicos, que no necesitaba de libros mientras hubiera algún buscador de internet a mano, y que había nacido con el derecho de ser libre, y de usar todo lo que sus antepasados habían logrado sin rendirle cuentas a nadie. Luego del funeral de la anciana, al que fue llevado a la fuerza por su padre, les informaron que la mujer había dejado un testamento en que había considerado a todos sus familiares. Nuevamente a la fuerza asistió a la ceremoniosa lectura del texto, a cargo de un albacea que parecía estar listo para ir a acompañar al panteón a la difunta mujer. Grande fue la sorpresa de Ernesto al escuchar en voz del vetusto hombre su nombre en el testamento, y mayor fue la sorpresa de todos los familiares, al escuchar que la abuela le había dejado su mansión al rebelde y frío joven, con apenas una mínima condición: que pasara veinticuatro horas en la biblioteca, a solas. El joven se reía a carcajadas al ver cómo al resto de la familia le dejaron minucias, luego de años de preocupación y cuidados, y a él, que nunca había tomado en cuenta a nada ni a nadie, le heredaban una mansión cuyo terreno costaría millones para cualquier empresa constructora deseosa de erigir algún edificio de departamentos. De todos modos, y pensando que su abuela podría haberle dejado una trampa en el lugar, conseguiría una pistola para pasar la jornada con seguridad en el lugar.

Las manecillas del viejo reloj de péndulo parecían avanzar cada vez más lento para Ernesto. El joven estaba seguro de llevar horas en el lugar, pero el maldito reloj de la anciana no avanzaba; lo más probable era que el mecanismo del péndulo hubiera fallado, por lo que miró su reloj de pulsera a ver qué hora tenía. Justo en ese instante apareció la imagen de su abuela atravesando la puerta de entrada de la sala de estar.

—¿Abuela?—dijo sorprendido el joven— ¿No se supone que habías muerto?
—Claro que morí, Ernesto—dijo una voz salida de la imagen de la mujer.
—¿Qué, acaso me estás penando?—dijo el joven, sacando la pistola que traía consigo.
—No, no te estoy penando, simplemente te vine a hacer compañía—dijo la voz salida de la imagen de la mujer, mirando al piso. En ese instante el alma de Ernesto vio con espanto su cuerpo botado en el suelo, muerto a causa de una falla de su corazón, producto de la ansiedad al ver que el tiempo no avanzaba tan rápido como él quería, para poder escapar de ese horrible lugar que le traería la fortuna que creía merecer.
—¿Y por qué estás aquí, abuela?—preguntó el alma de Ernesto a la imagen de la mujer.
—Porque necesitarás la compañía que me negaste en el instante de mi muerte, durante los siglos que estés encerrado en este plano intermedio como castigo a tu egoísmo y ambición.

1 Comments:

Blogger Unknown said...

Pucha, que fome enterarse de ese modo que estas todo lo que es, muerto... La abuela se vengó. Tierna :D

1:18 a.m.  

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