El golpe de una gota contra un charco en un túnel de
piedra vacío bajo tierra genera un eco aterrador que se puede escuchar casi a
decenas de metros de distancia. La mente humana de inmediato imagina lo peor,
aunque muchas veces no le quede claro qué puede ser peor que estar en un túnel
de piedra vacío bajo tierra. El frío calando los huesos, distinto a cualquier
frío concebible en la superficie, la oscuridad apenas penetrable por la luz de
una linterna, los reflejos de la luz en la humedad de las paredes cubiertas de
piedra, y los ruidos… los malditos ecos y ruidos que parecen venir de todos y
ningún lado, nunca sabes si el peligro viene tras de ti, o si tú avanzas hacia
el peligro.
El golpe de las gotas sobre el charco tiene vida.
Lo sé porque luego de aparecer ocasionalmente, empieza de a poco a hacerse
rítmico, a mantener una cadencia que parece perpetuarse en el tiempo y el
espacio; así, el golpeteo y el eco se empiezan a entremezclar en mis oídos,
convirtiéndose en un continuo sonoro que inunda mi cerebro y lo hace vibrar de
modo anómalo, sacándome de mi concentración y haciendo que por segundos pierda
mi conciencia de individuo y llegue a creer que formo parte de una frecuencia
universal que a esa hora vibra a los mismo ciclos por segundo que yo; tanto es
el efecto de los sonidos en mi mente, que podría jurar que fui capaz de
escuchar lamentos viajando en esa extraña vibración ilógica. Luego de mover mi
cabeza logro reenfocarme y recuperar la concentración, para encontrar el origen
de las gotas y del charco.
Intentar encontrar una gotera en particular en un
túnel de piedra bajo tierra, que por naturaleza está lleno de filtraciones de
agua por todos lados, es una verdadera locura; sólo el tiempo bajo tierra
recorriendo túneles te entrena como para ser capaz de diferenciar esas sutiles
diferencias, que es el modo para no confundirse en un sitio que por esencia es
confuso. Mientras avanzo por el frío túnel, que más bien parece una cañería
enorme, voy distinguiendo los tonos de las goteras al golpear sobre la
superficie de sus posas, descartando una a una cada una de dichas goteras, pues
ninguna suena como la mía. Al empezar a buscar iluminaba todas y cada una para
asegurarme que mi oído estuviera en lo correcto, pero ya no es necesario: sé
cuál es el sonido, conozco el eco en las paredes, intuyo que ninguna es, y no
necesito ver lo que sé. De pronto, entre todo el concierto de goteras metálicas
y reverberantes, un sonido apagado y grave ilumina mi rostro y alegra mi alma.
El golpe de una gota contra un charco en un túnel
de piedra vacío bajo tierra genera un eco aterrador que se puede escuchar casi
a decenas de metros de distancia. Pero ese eco no me aterra sino me pone
contento, pues por fin podré acceder a mi bautizo. De inmediato ilumino el
techo desde donde cae la gota que genera el apagado golpe sobre el charco para
cerciorarme que es mi gotera y no el producto de la ansiedad y la emoción; en
cuanto la luz confirma mi intuición, me preparo para lo que ha de venir. Sin
pensar en el frío me despojo de toda mi ropa, me coloco exactamente bajo la
gotera, y con un palo libero la piedra del túnel que varios minutos atrás dejé
suelta por arriba de la construcción: de inmediato la sangre de los diez
sacrificados en honor a B’aal me baña de pies a cabeza, consagrando mi alma al
general de las huestes del mal. Ya me habían dicho que lo más complicado era
encontrar el punto exacto en el túnel bajo tierra, y yo que creí que matar a
esos diez tontos sería difícil…