Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, octubre 02, 2013

Demolición



La vetusta iglesia abandonada esperaba en silencio a ser demolida en cualquier momento. El servicio de vialidad había pasado por encima del viejo barrio, poniendo en un papel el ensanche de una avenida, lo que trajo consigo la expropiación de decenas de cuadras de un sector característico de la ciudad, para dar espacio a más atochamientos, bocinazos, choques por alcance, retrasos, enojos, y todo aquello a lo que sutilmente llamamos el precio de la modernidad. Pese a que todos sabían que el objetivo final de ese ensanche no era otro que alimentar de consumidores un nuevo mall, nadie tuvo el valor de objetar el proyecto a tiempo.

El párroco de la iglesia decidió recorrer por última vez la edificación en la había ejercido su ministerio los últimos diez años. Con rabia había recibido la decisión de las autoridades, y con dolor la orden del arzobispado de sacar todos los objetos sagrados antes de la demolición, para trasladarse a su nueva parroquia. El sacerdote sabía que ya no quedaba nada para él en ese cascarón de cemento, pero sintió la necesidad de visitarlo antes que terminara aplastado por la maquinaria pesada; así, con la excusa de asegurarse de no haber dejado nada olvidado, pudo entrar al lugar.

El sacerdote avanzó con lentitud por una de las alas laterales de la construcción; cuando se disponía a aproximarse al altar, escuchó una voz susurrando una letanía cerca de él. Con asombro vio que en medio del ala central había un anciano botado en el suelo de cara a las baldosas, con los brazos abiertos en cruz, rezando en voz baja un padrenuestro tras otro.

—Hijo mío, ¿qué haces acá?—preguntó el sacerdote, a distancia prudente del hombre.
—Rezo padre, rezo—dijo con voz apagada para luego seguir rezando.
—Hijo, esta iglesia ya no tiene sus objetos sagrados, será demolida pronto.
—Con mayor razón aún hay que rezar, padre—respondió el hombre.
—Hijo, yo sé que te apena la demolición de la iglesia, pero ya está todo decidido, no podemos hacer nada.
—Por eso seguiré rezando padre—dijo el hombre, para luego voltear la cabeza hacia el sacerdote—. Padre, ¿rezaría conmigo?
—Bueno hijo, rezaré un padrenuestro contigo, pero luego nos iremos—dijo el sacerdote.
—No padre, yo no me iré.
—Recemos entonces, y luego hablamos—dijo el sacerdote, para luego rezar en voz baja un padrenuestro, al ritmo del susurro del hombre.
—Gracias padre, gracias por acompañarme en oración—dijo el hombre agradecido, para luego voltear de nuevo su cara hacia las baldosas.
—Hijo, es hora de irnos—dijo el sacerdote, incorporándose.
—Adiós padre.
—Hijo, no te puedes quedar aquí, la gente de la constructora vendrá en cualquier momento a empezar a demoler, y no creo que sean tan condescendientes contigo.
—Padre, mi familia ha vivido en pecado, si estoy aquí es para paliar en parte el daño que hicieron—dijo el viejo, para luego agregar—. Necesito confesarme, padre.
—Hijo… está bien, haré una excepción. Cuéntame, ¿cuándo fue la última vez que te confesaste?
—Nunca me he confesado padre—dijo el anciano—. De hecho nunca fui bautizado.
—Entonces es imposible que te confiese hijo. Si no estás bautizado, a los ojos de dios no eres miembro de la iglesia católica—dijo el sacerdote, poniéndose de pie.
—Padre, mi familia es de pecadores—dijo el hombre sin despegar la cara del suelo—. Mi madre se dedicaba a la magia negra, y nunca supe quién fue mi padre, al parecer fui concebido en una de las muchas orgías en que participan los adoradores del demonio.
—Hijo, si quieres que te ayude primero debo bautizarte—dijo el sacerdote, tratando de idear algo para sacar al anciano medio loco de ese lugar—. Pero acá no tengo agua bendita. Ven, vamos a mi nueva parroquia, ahí te bautizaré hoy mismo, y podremos conversar con calma.
—Mi madre quiso consagrar mi existencia al demonio, padre—prosiguió el hombre, como si no hubiera escuchado al sacerdote—. Pero yo me negué, y empecé a leer la biblia y todos los textos de magia blanca que encontré. Mi madre se desesperó y me tatuó una imagen blasfema en el pecho, para que no me pudiera liberar de las garras de los íncubos.
—Hijo, ahí viene la gente de la constructora, debemos irnos—dijo el sacerdote, mientras entraban por la puerta principal varios trabajadores con casco, precedidos por un hombre bien vestido, ataviado con el mismo implemento de seguridad.
—Lo que mi madre no sabía es que yo logré encontrar cómo cambiar el sentido de la imagen blasfema, tatuando otra sobre ella—dijo el hombre, mientras era rodeado por los trabajadores que lo miraban con curiosidad.
—Oiga padre, tenemos que empezar a demoler—dijo el encargado de los obreros—. Cuando me pidió permiso para entrar no me dijo nada de esto—agregó, apuntando al anciano.
—Por eso es que yo doné este terreno a la iglesia después que mi madre falleciera, para purgar en parte los infinitos pecados de mi familia—dijo el anciano—. Padre, ayúdeme, debemos rezar, no pueden demoler la iglesia, si lo hacen, no sé qué pasará.
—Este hombre necesita ayuda psiquiátrica, tiene una suerte de delirio religioso—dijo el sacerdote, mirando al capataz—. Si me ayudan a levantarlo y a sacarlo de aquí, lo podré llevar a un servicio de urgencias para que lo internen.
—¿Y si el viejo nos acusa con los pacos después?—dijo uno de los obreros.
—Yo intercederé por ustedes y por él ante carabineros, no se preocupe—dijo el sacerdote.
—Está bien—dijo el capataz, para luego dirigirse a los trabajadores—. Ya, parémoslo con suavidad para que el padre se lo lleve a la posta.
—Por favor, no lo hagan, la iglesia está acá para protegernos—dijo el anciano, mientras era levantado sin dificultad por los hombres.
—La construcción ya no está consagrada hijo, no está la presencia de dios en este instante—respondió el sacerdote.
—Por favor, no me paren… el tatuaje… por favor…

Cuando lo terminaron de enderezar, el sacerdote y los trabajadores miraron con espanto el pecho del hombre, el cual estaba descubierto, dejando ver una horrible imagen de una estrella invertida de cinco puntas con el diseño de un carnero acomodado dentro de la figura. Sobre él, la imagen de un ángel armado con una espada, parecía bloquear los ojos y los cuernos del carnero.

—¿Qué hace una imagen del arcángel Gabriel sobre esa imagen satánica?—preguntó el sacerdote.

De pronto el piso de la iglesia se empezó a levantar, justo debajo de donde estaba el anciano. De entre las viejas baldosas un esqueleto con trozos de ropa de mujer empezó a incorporarse, asesinando con la mirada a los obreros, al capataz y al sacerdote, para luego dirigirse al anciano, quien lloraba desconsolado arrodillado en el suelo.

—¿Me echaste de menos, hijo mío?  

1 Comments:

Blogger LA LOCA DE LA CASA said...

Primera vez que he quedado cueckk, lo que creo se debe a mi ignorancia sobre el tema, en cuanto a mitología religiosa (hablo por el final). Me quedo con mi interpretación; como dice Moulian el consumo me consume. Lo sagrado invadido...

9:06 p.m.  

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