Marta despertó asustada esa mañana, había tenido
una pesadilla de la cual no recordaba nada, pero se sentía terriblemente
angustiada, tanto como para sentir palpitaciones y creer que en cualquier momento
dejaría de respirar. La mujer logró calmarse luego de algunos minutos, para por
fin poder levantarse de la cama y empezar un nuevo día de trabajo.
Después de salir de la ducha, secarse, ponerse sus
cremas varias para sentir que la juventud aún no escapaba de su piel y
vestirse, Marta se dirigió a la cocina a calentar el desayuno para poder salir
lo antes posible al trabajo. En no más de cinco minutos se tragó un café y un
par de tostadas con algo con sabor a otra cosa, y se dispuso a salir, no sin
antes cortar el gas y apagar todas las luces. En cuanto abrió la puerta, se
encontró con algo inexplicable: un muro blanco que tapaba íntegramente la
salida de su departamento.
Marta estaba desconcertada. Después de varios
minutos de mirar, rozar, palpar, y finalmente patear esa incomprensible muralla
que se mantenía inalterable pese a todos sus esfuerzos, se empezó a desesperar,
tal y como había sucedido cuando había despertado de la pesadilla. De inmediato
se dirigió a la terraza para poder ver al exterior e intentar comprender qué
estaba pasando, y para tratar de gritarle a su vecino o al conserje para que
fueran en su ayuda. En cuanto abrió la cortina, pudo ver a través del vidrio el
mismo muro que había en la puerta de entrada. Sus palpitaciones y sus ahogos
empezaron a aumentar en intensidad y frecuencia, en la medida que intentaba
entender qué era lo que estaba pasando en esos instantes; raudamente empezó a
revisar las ventanas del departamento, y en todas se encontró con la misma
muralla blanca: Marta estaba encerrada, y cada vez más angustiada.
Pasados varios minutos, y luego de lograr
tranquilizarse un poco, la mujer empezó a pensar en qué podría haber provocado
todo eso. Ya que todas las cosas dentro del departamento habían funcionado sin
problemas hasta ese momento, podía suponer que seguiría siendo así, al menos
por un rato. Tratando de mantener la calma que tanto le había costado lograr, Marta
encendió el televisor del dormitorio para ver si lo que estaba pasando era algo
generalizado o sólo en su departamento: todo lo que obtuvo fue la imagen característica
de una antena desconectada, pese a estar suscrita al cable. El turno siguiente
fue el de su teléfono de red fija, el teléfono celular, el computador de
escritorio y el citófono de portería: todos los aparatos funcionaban, pero
ninguno era capaz de comunicarse con el exterior, ese exterior que estaba ahora
oculto tras esa maldita muralla blanca infranqueable, que había aparecido de la
nada y parecía no querer irse.
Marta estaba sentada frente a la puerta de
salida de su departamento, la cual tenía abierta para poder ver esa extraña
muralla blanca. Lo más divertido de todo era que estaba encerrada en su hogar,
sin saber cómo ni cuándo lograría salir, sin saber cómo ni por qué se había
provocado dicho encierro, pero pese a ello se sentía incómodamente tranquila.
Tal vez era la ausencia de color del muro, o el hecho que ya se habían pasado
todas las horas importantes en su mañana; el asunto es que su drama ya no
parecía tan dramático, al menos mientras miraba esa irracional muralla blanca.
La mujer, resignada, simplemente cerró sus ojos y se dejó conquistar por la paz
de la nada que rodeaba su todo en ese momento y lugar, sin saber que fuera de
su cabeza, su profesor de yoga y sus compañeros hacían esfuerzos sobrehumanos
para sacarla de ese incomprensible estado de sopor que ya llevaba cerca de una
hora de evolución, luego que el maestro les enseñara a crear una muralla blanca
en sus mentes para bloquear las malas influencias del entorno.