Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, enero 21, 2015

Bar

Como cada noche de viernes, el viejo Alberto entraba al bar de costumbre a beber lo de siempre. Luego de años de visitas al lugar, saludaba a todo el personal por su nombre, y sin que nadie le preguntara, recibía su destilado de siempre pues siempre bebía lo mismo. El hombre vivía una rutina perfecta, de la que nunca se salía pues hasta ese instante no había sido necesario.

Alberto estaba sentado en la pequeña mesa con una silla de costumbre, para no molestar a nadie ni que nadie pudiera sentarse con él; pese al tiempo que llevaba visitando el bar, no le gustaba compartir en la barra, ni que alguien se sentara con él si es que no había sido expresamente invitado, cosa que hacía años que no sucedía. Alberto había aprendido a vivir en esa soledad acompañada, y no tenía intenciones de empezar a despertar sensaciones dormidas en su pasado.

Alberto miraba a la gente pasar hacia el baño del pub. Le entretenía ver como cada vez alguien preguntaba con cara de desesperación dónde quedaba, para luego volver con cara de satisfacción y relajo a sus respectivas mesas. Una pareja pasó frente a su mesa, tomados de la mano, en dirección a los baños; luego de diez minutos sin verlos aparecer de vuelta, Alberto entendió que debería esperar pacientemente para poder ir a hacer sus necesidades, si es que no quería encontrarse con la pareja liberando sus pasiones donde no debían.

Media hora más tarde, los jóvenes no volvían aún a su mesa. Extrañamente en esa media hora bastantes personas habían ido al baño, y no todas habían vuelto; Alberto se preocupó, ubicó a su mesero de más confianza y le comentó la situación, llevándolo de inmediato a ver qué ocurría en el lugar.

Media hora más tarde el mesero no había vuelto. Además, la luminosidad del ambiente en el sector de los baños parecía haber cambiado, y Alberto no se atrevía a preguntarle a alguien más qué había pasado, pues podía estar ocurriendo algo grave, y no quería poner en riesgo la vida de quienes lo habían acompañado a la distancia por largos años. El viejo tomó una gran bocarada de whisky, se armó de valor  y se dirigió al sector de los baños; cuando llegó al lugar, se encontró con una escena incomprensible.

Alberto se asomó a la mampara tras la cual estaban los baños. En el lugar la mampara daba paso a una especie de desierto de arenas anaranjadas, exageradamente iluminado por un sol amarillo, y que se extendía hasta donde la vista era capaz de ver. El viejo Alberto retrocedió temeroso, buscando la seguridad de su mesa y de la barra del bar; sin embargo, cuando empezó a buscar con sus zapatos la madera que cubría el piso del lugar, se encontró pisando la misma arena anaranjada que estaba ante sus ojos.

Alberto giró bruscamente hacia su mesa; en el lugar había un par de piedras del mismo color de la arena, y toda la ciudad en que estaba el bar se había convertido en el desierto que había visto unos minutos atrás en el baño. Alberto con resignación revisó la pantalla de sistemas vitales en la muñeca derecha de su traje espacial: la alucinación provocada por las drogas incluidas en su régimen había cedido, y ahora debía volver a su trabajo, custodiando un planeta inhabitado a solas, hasta que su jefatura decidiera que era el momento adecuado de convertirlo en un lugar colonizable y habitable para sus congéneres.