Una ridícula canción de amor. Un cepillo cilíndrico de cerdas blandas.
Un pote de grasa. Incontables pensamientos. Unos cuantos sueños. Ningún deseo.
En la grabación, el cantante llevaba su voz a límites insospechados
gracias a varios filtros digitales usados por el ingeniero de sonido en las
distintas capas de la mezcla, para hacer sonar al artista como un ser
excepcional, sin ser más que un simple humano. En la habitación el cepillo
cilíndrico era untado en grasa, para luego lubricar con lentitud y parsimonia
el cilindro para el cual fue fabricado. En su cabeza los pensamientos se
agolpaban para salir sin lograr su objetivo. En su alma los sueños se apagaban
en la medida que la madrugada avanzaba. Su cuerpo simplemente le pedía
descanso, pero ya sin esperanzas.
La canción de amor terminó, junto con la lista de reproducción,
dejando la habitación en silencio. El cepillo salió del cilindro casi sin grasa,
quedando apoyado encima del pote a medio cerrar. Los pensamientos se hacían
cada vez más bulliciosos y menos inteligibles. Los sueños acompañaban a los
deseos en el limbo. Había llegado el momento de partir.
El hombre caminaba sin rumbo ni destino por la calle, siguiendo cada
semáforo que diera luz verde al llegar a algún cruce, para no detenerse. En su
cabeza hacía sonar el recuerdo de las canciones románticas que había escuchado
durante toda la noche para no distraerse. En su alma el frío gobernaba sobre
sus sentimientos traicionados y sus pulsiones liberadas. En su bolsillo el
revólver recién engrasado y cargado hacía bulto, dificultándole la marcha al
topar en su muslo a cada paso.
Las luces de tránsito y la señalética lo guiaron a una calle sin salida.
El hombre avanzó por el medio de la calle carente de tráfico vehicular, hasta
dar con una reja y una puerta abiertas, por las cuales entró luego de fijarse
que ninguna otra casa estuviera en la misma condición. El hombre avanzó hasta
el dormitorio principal, en donde se encontraba un anciano que había recién
terminado de vestirse, y que ahora luchaba contra sus pantuflas para poder
ponerse zapatos y salir a dar una vuelta a la plaza. Luego de asegurarse que no
había ninguna puerta más que traspasar, y ante la mirada resignada del anciano,
el hombre sacó el revólver y sin titubear disparó a la cabeza del dueño de
casa, quien cayó inerte al piso con el cráneo destrozado y medio cerebro
desparramado sobre la cama. El hombre guardó el revólver en su bolsillo, y se
quedó de pie al lado del cadáver esperando lo que debía suceder.
Desde el cráneo abierto del anciano salió lentamente una esfera
luminosa transparente que súbitamente tomó la forma del cadáver, quedando de
pie al lado de su viejo continente. En ese preciso momento el asesino se
desplomó, dejando escapar el alma de una anciana que miró con pena el alma del
asesinado, para iniciar el camino al más allá. El alma del recién asesinado
anciano no entendía nada; de pronto, una fuerza incontrolable lo atrajo con
violencia hacia el cuerpo del asesino, ocupando el envoltorio que había quedado
desocupado segundos antes.
Sin que el alma del anciano lograra entender lo que había sucedido,
inició una caminata casi automática desandando el camino que lo había llevado
al que otrora fuera su hogar, hasta llegar al cuarto de un viejo y descuidado
hotel, en donde había una cama, un velador, y una pequeña mesa de centro en
donde pudo ver una caja casi llena de balas, un pote de grasa y un engrasador
cilíndrico para cañones de pistolas. En ese instante el alma del anciano pudo
tomar control del cuerpo del asesino, mientras en su cerebro una voz repetía:
“la puerta del más allá se abre con sangre, y sólo un alma pasa cada vez”.