“Cinco”. El número retumbaba en la
cabeza de Mariana. Nunca creyó que llegaría a contar hasta ese número en esas
circunstancias, y en ese momento no sabía si reír o llorar.
Mariana llevaba años escapando de sí
misma. Encarcelada en una sociedad de exitosos y felices, la muchacha era la
negación de todo lo socialmente correcto. La enfermedad de la melancolía había
sido dueña de su mente y de su alma desde que tenía uso de razón, enseñándole
que todo lo que parecía malo era en realidad peor, y que la única esperanza de
acabar con el sufrimiento que significaba estar viva, era la muerte.
“Uno”. Los recuerdos de infancia se
agolpaban en su mente. Los eternos días en que sus padres la obligaban a salir
con ellos y sus hermanos a andar en bicicleta, salir de camping, hacer deportes
o tocar un instrumento musical en familia, apenas se veían compensados en las
noches, cuando en la soledad y la oscuridad de su habitación, podía llorar
libre y amargamente, cuidando de no sollozar lo suficientemente fuerte como para
llamar la atención de su madre, y poder vivir su tristeza sin interrupciones.
“Dos”. El golpe metálico sordo le hizo
abrir los ojos, y volver desde el patio del colegio en que se encontraba,
siendo molestada por las niñas de su edad que veían cómo ella se negaba
sistemáticamente a jugar, y con el paso de los años, a acercarse a los niños
para intentar congeniar con el sexo opuesto. Los únicos momentos buenos los
pasaba en el baño, con la puerta cerrada, mirando la estrecha habitación y
sintiéndose libre dentro de esa pequeña y hedionda cárcel.
“Tres”. A mitad de camino de su camino,
su mente se detuvo en la graduación de enseñanza media. Si había algo más
terrible que caminar frente a todos sus compañeros y familiares para recibir un
trozo de cartón inútil que para ella no significaba nada, era tener que ir
obligada por sus padres a una fiesta de graduación que no le interesaba, con
alguien casi desconocido, a sabiendas que si no se mantenía alejada de los
borrachos, podría hasta terminar violada a vista y paciencia del resto de los
borrachos y sus acompañantes.
“Cuatro”. Su mano empuñada y tensa llevó
su mente a su pasado reciente. Luego de recibirse de una carrera corta, que
sólo estudió para lograr la independencia económica para poder irse de su casa
a algún lugar que le permitiera vivir su sufrimiento como ella decidiera, dejó
los antidepresivos y pudo por fin saber lo que de verdad sentía su mente. Desde
ese momento comprendió que ella estaba viva exclusivamente para sufrir, y que
no estaba dispuesta a aguantar tal nivel de dolor y desesperación por mucho
tiempo.
“Cinco”.
El número retumbaba en la cabeza de Mariana. Esa mañana fue la elegida por la
joven para llevar a cabo su decisión de dejar de sufrir de una vez por todas.
Luego de desayunar algo liviano, sacó el revólver que había comprado un par de
semanas antes, y tal como había leído en un foro de internet, colocó una sola
bala en una de las cámaras de la nuez, para luego cerrarla y hacerla girar en
repetidas oportunidades, y así no saber cuándo el proyectil acabaría con su
tortuosa vida. Luego del quinto martillazo sin explosión, y con su vida aún
intacta, debería decidir conscientemente si era capaz de contar hasta el seis.