El viejo hombre esperaba pacientemente
su turno en la barbería. Esa tarde había llevado su luenga y entrecana barba
para ser recortada y arreglada un poco, y así mejorar en algo su desordenado
aspecto. El hombre veía cómo el barbero, con una afilada navaja, trabajaba en
la barba de quien había llegado antes que él, mejorando detalles, sacando pelos
sobrantes y equilibrando la distribución del pelo para dejar el vello facial
acorde a la forma de la cara y del corte de cabello del individuo. El lugar era
definitivamente el adecuado para llevar su desastrosa barba y volver al hogar
con un accesorio adecuado a los tiempos y las circunstancias.
El viejo hombre no había tomado ninguna
revista del barbero, pues se entretenía más mirando su esmerado trabajo. De
pronto el cliente deja escapar un pequeño quejido, y bajo la mano del barbero
se aprecia un ínfimo hilo de sangre bajando por el cuello de quien se
encontraba en el sillón; de inmediato el profesional toma una hoja de toalla de
papel para secar a su cliente y contener la salida de la sangre. En ese
instante a través del espejo, el viejo hombre vio que la mirada del barbero
cambió intempestivamente, y una mueca de odio invadió sus facciones; luego de
ello soltó la hoja de papel, y comenzó la debacle.
El viejo hombre miraba algo asustado la
nueva expresión del barbero, quien se había quedado como suspendido en el
tiempo, con la hoja de papel ensangrentada en el suelo y la navaja en su mano
derecha. De pronto y sin decir nada el barbero tomó por la cabellera al cliente
con la mano izquierda, para luego poner la navaja en su cuello y empezar a
aserrar con ella, dejando un reguero de sangre por doquier y un grito ahogado
que se dejó de escuchar a los pocos segundos. La ira desatada del barbero
parecía incontrolable, pues pese a haber muerto al cliente seguía aserrando con
la navaja su cuello, del cual manaba cada vez más y más sangre. En un momento
la mano derecha del barbero pasó por completo hacia atrás, dejando la cabeza
del cliente colgando por el pelo de su mano izquierda. En ese instante el
barbero se dio vuelta para mirar a los ojos al viejo hombre, con la cabeza
ensangrentada colgando en su mano.
El viejo hombre miraba estupefacto cómo
el barbero se acercaba a él con la cabeza colgando de su mano izquierda, y con
la navaja en ristre en la derecha. En ese instante acercó su mano derecha con
la navaja en ella: de pronto sintió una mano moviéndolo por el hombro. El viejo
hombre se había quedado dormido y el barbero lo había despertado luego de
terminar de afeitar al cliente, quien ya abría la puerta del lugar para seguir
su camino, con la cabeza sobre sus hombros. Todo había sido una simple y vívida
pesadilla, y ahora el viejo hombre había pasado a la silla del barbero para
arreglar su vieja y desordenada barba. Luego de comentarle al barbero lo que
quería para su barba, miró sus ojos al espejo, viendo en ellos la misma
expresión de odio que en su pesadilla.