El viejo hombre miraba su escritorio en
la oscuridad de la noche, iluminado apenas por la pantalla de su computador,
único compañero que seguía con él hasta la hora que fuera. Ahí, en la
superficie fija bajo la cual colgaba la bandeja del teclado había un vaso con
agua y su colección de cuchillos. Nunca había entendido por qué mantenía esas
armas en su lugar de trabajo, pero nada lo hacía necesitar moverlas de ese
lugar. De pronto, y como ya era medianamente frecuente, el sueño lo invadió
antes de alcanzar a apagar el computador, quedándose dormido en la silla frente
a la pantalla.
El viejo hombre se vio de pronto en un
pasillo cerrado y mal iluminado. Caminaba lentamente tratando de identificar el
lugar, tratando de no tocar las paredes. De improviso sintió que alguien tocaba
su hombro, haciéndolo girar bruscamente sobre su eje con su mano derecha
estirada: era una joven mujer, que lo miraba estupefacta, llevándose
inmediatamente la mano al cuello, bajo la cual empezó a manar una cantidad
importante de sangre. En ese instante el viejo hombre miró su mano derecha y
vio que en ella estaba uno de sus cuchillos, y que en su hoja se apreciaba
sangre fresca; justo en ese momento la joven mujer se desvanecía, cayendo
muerta al suelo.
El viejo hombre miraba estupefacto el
cadáver de la joven mujer botado en el pasillo, e intentaba entender por qué
andaba con el cuchillo en ristre en su mano derecha. De pronto se escuchó un
grito tras él, haciéndolo girar de nuevo bruscamente, ahora con su mano
izquierda estirada: justo después de terminar de girar, el grito se ahogó
bruscamente en un quejido, y otra mujer, esta vez de mayor edad, también se
tomaba el cuello antes de caer muerta al piso. El viejo hombre miró su mano y
descubrió en ella otro de sus cuchillos, también ensangrentado, sin que tuviera
explicación alguna para dicha actitud. De pronto la imagen tendió a
desvanecerse, y despertó en la silla del computador.
El viejo hombre estaba algo asustado con
el sueño que había tenido. De inmediato apagó el aparato y la pantalla,
quedando a oscuras en su habitación, para luego encender la lámpara del velador
y tomar un sorbo de agua del vaso que estaba en el escritorio. En ese instante
varios golpes se sintieron en la entrada del departamento, haciéndolo ponerse
de pie, encender las luces y dirigirse a la puerta a ver quién podía ser a esas
horas de la noche. Cuando llegó a la mampara y encendió la luz de la entrada
escuchó que alguien del otro lado decía “policía”. Justo al tomar el picaporte
para abrir la puerta, vio que su mano derecha estaba ensangrentada, tal como la
izquierda.