El viejo hombre caminaba por la calle en
silencio, recordando su pasado reciente. Hacía pocas horas su pareja lo había
dejado, y ahora estaba sumido en el peor sentimiento que sentía que podía
vivir: incertidumbre. Hasta ese momento y pese a los problemas había una luz al
final del túnel de su existencia, pero su ahora ex pareja se había encargado de
apagarla para siempre, dejándolo sin destino a partir de ese momento. Su marcha
era descuidada y desconcentrada, y ya en varias ocasiones había chocado con
otros transeúntes: en su mente trastocada de ese momento, cada choque era algo
de contacto físico que lo hacía olvidar su reciente soledad.
El viejo hombre caminaba por la calle
sin destino. Había salido por salir, para no estar en casa recordando a cada
momento los lugares comunes que aún lo mantenían atado al recuerdo de su ex
pareja. El hombre hacía un recorrido que hacía regularmente, y que
probablemente lo dejaría en algún bar; sin embargo, no eran las ganas de beber
las que lo movían, sino la necesidad de dejar atrás lo que ahora era su pasado,
muy a su pesar.
El viejo hombre llegó finalmente a su
bar de siempre, entró al lugar cabizbajo, sin ganas de saludar a nadie, se
sentó en la barra y esperó a que el barman lo atendiera. Era extraño estar en
el lugar donde muchas veces se había juntado con su pareja, o donde había
esperado por noticias de ella, ahora con la certeza de estar sin su compañía y
sin la posibilidad que ella se comunicara con él. Estaba solo, se sentía solo,
su vida había cambiado nuevamente, y no tenía más que aprender a existir en su
nueva realidad, esa que ya había vivido tantas veces y que tanto odiaba y
recordaba odiar.
El viejo hombre seguía sentado en la
barra, mirando al infinito en el espejo al fondo del lugar. El barman no lo
había tomado en cuenta, cosa que al parecer no le molestaba, pues la daba
tiempo para pensar en su nueva realidad y decidir qué hacer con su vida a
partir de ese instante. Su vida había caído nuevamente en la incertidumbre, y
pese a que todos los días tenía una rutina armada, sentía que el sentido de esa
rutina se había perdido horas atrás.
El viejo hombre seguía sentado en la
barra. Hacía más de una hora que estaba sentado en la barra del bar, y el
barman nunca lo había tomado en cuenta. De pronto el hombre fijó su vista en el
espejo que antes había pasado por su mirada, y que ahora le devolvía una imagen
incomprensible: en el espejo podía ver la pared detrás de él, sin que su imagen
apareciera en alguna parte. Recién empezaba a caer en cuenta que esa tarde
había muerto de pena, y que su realidad era definitivamente irreversible.