El viejo hombre caminaba lentamente por
el medio de la calle a las cuatro de la mañana arrastrando una vieja espada por
el pavimento. El ruido del metal contra el asfalto era ensordecedor a esa hora,
haciendo que a su paso las luces de los departamentos se encendieran para
tratar de ubicar el origen del sonido. A esa hora no circulaba ningún vehículo
por esa avenida, por lo que la lenta marcha del hombre no se veía interrumpida
por nada ni por nadie; sin embargo en su rostro no había paz sino preocupación,
lo que también se manifestaba en la rudeza con la que sus pasos golpeaban el
pavimento.
El viejo hombre seguía su marcha,
inalterable. Ni el ruido ensordecedor ni las chispas que sacaba el metal contra
el pavimento lo hacía cejar en su marcha por el medio de la calle, avanzando
lenta pero constantemente hacia el poniente. Hasta ese momento nadie le había
salido al paso para increparlo por la hora y el ruido que hacía, así que el
viejo hombre simplemente seguía avanzando con su rumbo fijo pero sin destino
aparente, pues no parecía haber algo que lo hiciera detenerse en algún instante
de la noche. Para los moradores del lugar, esa parecía ser una noche en vela,
sin que hubiera nada que pudieran hacer para cambiar dicho destino.
Además del ruido y las chispas, la punta
metálica de la espada estaba dejando una huella imborrable en el pavimento: un
surco de un par de centímetros de profundidad, que ya llevaba varios cientos de
metros a lo largo de la calle, en paralelo a la línea divisoria de las pistas
pintada en el suelo, y ya decolorada con el paso del tiempo. La línea era
bastante recta, lo que mostraba que el viejo hombre mantenía una marcha firme
pese a su edad y al peso de la espada, que debería pesar demasiado como formar
el surco que tenía en la calle. Sin embargo, ello no parecía ser obstáculo para
el viejo hombre, quien no cedía un ápice en su caminata por el medio de la
calle a esa hora de la madrugada.
El viejo hombre
seguía su marcha arrastrando su vieja espada por el pavimento, despertando a
todos aquellos que vivían por donde él pasaba. De pronto a la distancia aparece
frente a él otro hombre viejo, caminando por el medio de la calle, arrastrando
un escudo, avanzando hacia el oriente, dejando un surco en el pavimento con la
punta del escudo, y despertando a todos los que vivían alrededor de donde él
pasaba a esa hora. Ninguno de los dos hombres se preocupó del otro, y cada cual
siguió su cancina marcha. Cada vez ambos hombres se acercaban más y más, y
algunos curiosos que habían salido despertados por el ruido veían expectantes
el encuentro entre ambas personas. Ambos hombres llegaron frente a frente, sin
que ninguno se inmutara: cuando llegaron a estar cabeza con cabeza, cada cual
siguió caminando. Los testigos vieron cómo ambos cuerpos se fusionaban al medio
de la calle en medio de un luminoso fulgor; algunos inclusive alcanzaron a ver
cómo se formaba la figura de un guerrero de espada y escudo al medio de la
calle para luego desaparecer sin dejar rastro alguno, salvo las marcas del metal
en el pavimento.