El viejo hombre estaba desvelado. A las
cuatro de la mañana estaba en pie, con pijama, mirando por la ventana que daba
al edificio colindante. Por un asunto de seguridad lo hacía con la cortina
levemente entreabierta y con la luz apagada, para no parecer que estaba
fisgoneando a sus vecinos; de hecho si no estuviera tan fría la noche,
probablemente estaría en el estacionamiento de su edificio mirando la luna o
las estrellas. Pero dado lo bajo de la temperatura, sólo le daban las ganas
para quedarse a mirar en silencio al edificio vecino.
El viejo hombre miraba con detención las
sombras que parecían formarse ante sus ojos a esa hora de la madrugada. Tenía
claro que la mitad de las imágenes que veía eran creadas por su mente, por lo
que no daba mayor crédito cuando veía la rama de algún árbol moverse más de lo
debido, o alguna sombra cruzando alguna luminaria del estacionamiento. De
pronto vio aparecer una pequeña pero potente luz, avanzando a baja velocidad
más allá de la muralla que separaba ambos edificios, y que se movía con cierta
cadencia. Aguzando la vista vio a un hombre tras la luz, descubriendo al
nochero del edificio vecino, al que había visto un par de veces temprano en la
mañana al irse al trabajo.
El viejo hombre miraba con cuidado los
detalles de la marcha del nochero. La luz parecía irse hacia un mismo lado a
cada paso, por lo que supuso que el hombre cojeaba. Estaba ataviado con una
enorme parka que lo protegía del frío de la madrugada, y su cabeza estaba
cubierta con un grueso gorro de lana. En ese instante su vista se posó tras la
imagen del conserje, y vio una silueta que avanzaba pegada al cuerpo del
hombre, como si se tratara de su sombra. De pronto el conserje pareció
tropezar, y en ese instante sucedió algo inesperado: la silueta se fue sobre
él, haciendo desaparecer la luz y el cuerpo del malogrado hombre.
El viejo hombre estaba asustado. De la
nada una silueta había hecho desaparecer al conserje del edificio vecino, y no
sabía cómo dar cuenta de ello sin ser tomado por un maniático a esa hora de la
madrugada. Su vista se posó en su teléfono, tratado de pensar el modo en que
hilaría la historia al llamar a la policía, para sonar lo más creíble posible y
no meterse en algún problema. Una vez que hubo ordenado las ideas y el discurso
en su mente tomó el aparato; en ese instante sintió un crujido tras él, y al
mirar en la penumbra vio a sus espaldas a la silueta.