El viejo hombre miraba a la nada.
Sentado en su escritorio el hombre estaba esperando en silencio a que empezara
su jornada laboral, mientras su mente divagaba en los oscuros rincones de su
pasado y en sus planes a futuro. Nunca hasta ese entonces había tomado
conciencia de sus estados de concentración en sí mismo, y de pronto se dio
cuenta que eran más recurrentes que lo que se había imaginado. De hecho en ese
momento el viejo hombre cayó en cuenta que gran parte del día lo pasaba
divagando, y que gran parte de las ideas que salían de esos tiempos eran
negativas o lisa y llanamente autodestructivas.
El viejo hombre miraba a la nada. Frente
a sus ojos desfilaban los hechos de su pasado, sus triunfos, sus derrotas, sus
alegrías y sus penas, sus logros y frustraciones, su todo. Estaba conforme por
todo lo que había logrado y lo que había perdido, pero sentía que aún tenía
hechos que aportar a su evolución, que le faltaban cosas para sentirse
satisfecho del todo con su vida. El hombre sentía que tenía experiencias de
sobra, pero que aún le faltaban cosas por vivir: la vida era un libro abierto,
y él aún tenía ganas de seguir escribiendo en las páginas en blanco que
quedaban.
El viejo hombre miraba a la nada. El
futuro se desplegaba frente a sus ojos como un árbol de posibilidades, donde
cada rama era una decisión diferente. Él no estaba partiendo de cero, tenía una
historia tras él desde la cual planificar los hechos por venir, y que le
servían para poder tomar decisiones adecuadas en pos de sus objetivos. Él no
esperaba a que el futuro le dijera que vendría, él planificaba su futuro, y
tenía el cuidado de tomar varias decisiones para tener todos los cabos atados y
no encontrarse con sorpresas sobre la marcha; él ya no estaba en edad para
sorpresas.
El viejo hombre miraba a la nada. De
pronto su mente volvió en sí y se dispuso a empezar a trabajar; en ese instante
el hombre miró a todos lados y sólo vio oscuridad por doquier. El viejo hombre
estaba desconcertado; de pronto su instinto lo hizo mirar hacia abajo y a lo
lejos vio su cuerpo inerte sobre el escritorio de su trabajo, mientras algunos
compañeros lo zamarreaban y otros se daban vuelta y empezaban a llorar. Definitivamente
esa divagación fue demasiado larga, y era la única que no cumpliría sus objetivos.