Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, febrero 14, 2018

Difunto

El viejo hombre estaba muriendo. Tirado en la cama del hospital sentía cómo la vida lo abandonaba a cada segundo, sin que él tuviera las fuerzas suficientes como para ganar esa batalla; ya no le quedaban ganas de seguir viviendo, y pese a todos los tratamientos que estaba recibiendo, su cuerpo a cada momento parecía estar peor. Su momento final parecía acercarse a pasos agigantados, y él ya no era capaz de huir de ese cada vez más cierto destino; sólo le quedaba la tranquilidad de sus recuerdos y de la buena vida que había vivido hasta ese entonces. Ahora quedaba prepararse para la partida, sea cuando fuera que ella llegara.

El viejo hombre miraba el techo y las paredes de la habitación del hospital; el blanco de su entorno le servía casi como un telón donde su mente proyectaba sus recuerdos como si se tratara de alguna película cada vez menos vívida. En su cerebro se mezclaban recuerdos recientes y tardíos, confundiéndolo y alejándolo cada vez más de la realidad; en algún momento olvidó los nombres de sus hijos, el de su segunda esposa, el de su perro y el de la calle en que vivía hacía décadas. Su mente estaba tan trastocada como su cuerpo, y no tenía herramientas para solucionar aquello.

El viejo hombre veía personas deambulando por su habitación. Tirado en una de las seis camas de la sala del hospital veía gente entrar y salir a cada rato, y ninguna parecía buscarlo a él; salvo un sacerdote que pasaba todas las mañanas a bendecir a los pacientes, nadie le dirigía la palabra. El viejo hombre se sentía solo, y ello estaba complicando más su recuperación; cada vez que veía parientes entrar a la sala esperaba que alguien conocido se asomara y le preguntara por su salud, le diera palabras de aliento, o le contara cómo seguía el mundo allá afuera. Sin embargo nada de ello sucedía, lo cual empeoraba su ánimo.

El viejo hombre de pronto empezó a sentirse más cansado que de costumbre, por lo que empezó a agitarse. Su piel empezó a colocarse violácea, y cada vez le costaba más poder respirar; de hecho intentó gritar por ayuda, pero la voz no salió de su boca, y su situación empezó a ponerse cada vez peor. Su ritmo cardíaco había aumentado, y ya no era capaz de respirar; de pronto las fuerzas lo abandonaron, y simplemente dejó de luchar. Pocos segundos después todo había acabado. Un par de minutos después su alma volvió a rematerializarse en la misma cama donde había muerto dos semanas atrás, para volver a morir una y otra vez hasta el fin de los tiempos.