El viejo hombre estaba muriendo. Tirado
en la cama del hospital sentía cómo la vida lo abandonaba a cada segundo, sin
que él tuviera las fuerzas suficientes como para ganar esa batalla; ya no le
quedaban ganas de seguir viviendo, y pese a todos los tratamientos que estaba
recibiendo, su cuerpo a cada momento parecía estar peor. Su momento final
parecía acercarse a pasos agigantados, y él ya no era capaz de huir de ese cada
vez más cierto destino; sólo le quedaba la tranquilidad de sus recuerdos y de
la buena vida que había vivido hasta ese entonces. Ahora quedaba prepararse
para la partida, sea cuando fuera que ella llegara.
El viejo hombre miraba el techo y las
paredes de la habitación del hospital; el blanco de su entorno le servía casi
como un telón donde su mente proyectaba sus recuerdos como si se tratara de
alguna película cada vez menos vívida. En su cerebro se mezclaban recuerdos
recientes y tardíos, confundiéndolo y alejándolo cada vez más de la realidad;
en algún momento olvidó los nombres de sus hijos, el de su segunda esposa, el
de su perro y el de la calle en que vivía hacía décadas. Su mente estaba tan
trastocada como su cuerpo, y no tenía herramientas para solucionar aquello.
El viejo hombre veía personas
deambulando por su habitación. Tirado en una de las seis camas de la sala del
hospital veía gente entrar y salir a cada rato, y ninguna parecía buscarlo a él;
salvo un sacerdote que pasaba todas las mañanas a bendecir a los pacientes,
nadie le dirigía la palabra. El viejo hombre se sentía solo, y ello estaba
complicando más su recuperación; cada vez que veía parientes entrar a la sala
esperaba que alguien conocido se asomara y le preguntara por su salud, le diera
palabras de aliento, o le contara cómo seguía el mundo allá afuera. Sin embargo
nada de ello sucedía, lo cual empeoraba su ánimo.
El viejo hombre de pronto empezó a
sentirse más cansado que de costumbre, por lo que empezó a agitarse. Su piel
empezó a colocarse violácea, y cada vez le costaba más poder respirar; de hecho
intentó gritar por ayuda, pero la voz no salió de su boca, y su situación
empezó a ponerse cada vez peor. Su ritmo cardíaco había aumentado, y ya no era
capaz de respirar; de pronto las fuerzas lo abandonaron, y simplemente dejó de
luchar. Pocos segundos después todo había acabado. Un par de minutos después su
alma volvió a rematerializarse en la misma cama donde había muerto dos semanas
atrás, para volver a morir una y otra vez hasta el fin de los tiempos.