El viejo árbol al fondo del patio crujía
con el fuerte viento de esa noche. A esa hora había una incipiente tormenta
eléctrica, y los relámpagos generaban extrañas imágenes al pasar a través de
las ramas del árbol en la oscuridad. Manuel miraba desde la ventana que daba al
patio y desde la inocencia de sus seis años, y su imaginación volaba viendo
todos los monstruos imaginables e inimaginables a los pies del árbol.
Definitivamente el ruido del viento, la luminosidad de la tormenta y sus temores
infantiles le impedirían dormir decentemente.
Diez minutos más tarde y gracias a su
madre, Manuel estaba acostado en su cama, bien arropado, con la puerta
entreabierta y la luz del pasillo encendida, además de una pequeña lamparita de
baja luminosidad dentro del dormitorio; lentamente el sueño empezó a apoderarse
de su mente, dejando de lado sus temores y empezando a sumirlo en el extraño
mundo de los sueños. Justo cuando estaba a punto de quedarse dormido, una
fuerte explosión se escuchó a las afueras de su casa, la cual inmediatamente
quedó sin luz. Manuel se levantó raudo a ver por la ventana de su dormitorio:
en ese instante un relámpago iluminó todo el patio trasero de su casa, dejando
ver las sombras a los pies del árbol. Veinte segundos después un segundo
relámpago iluminó todo, y le permitió ver a Manuel que bajo el árbol no se
proyectaba ninguna forma extraña: los monstruos habían desaparecido.
Manuel se acurrucó en su cama, luego de
haber metido la cabeza por la puerta que daba al pasillo y ver que nada había
en el lugar, y que no había señales de la presencia de sus padres. La tormenta
eléctrica seguía, y todo empezaba a hacerse monótono. Manuel, arropado en su
cama, decidió que había llegado la hora de portarse como un niño grande, dejar
de lado los temores a monstruos que ya no se veían en el lugar, e intentar
dormir para estar listo a la mañana siguiente para ir al colegio. En ese
instante en el pasillo una serie de crujidos y un hipnotizante siseo le
quitaron el sueño.
A la mañana siguiente la madre de Manuel
se levantó temprano. Cuando pasó por el dormitorio de Manuel descubrió que el
pequeño no estaba ahí. La joven mujer despertó a su esposo y entre ambos
empezaron una desesperada e infructuosa búsqueda del menor. Mientras tanto, en
el patio de la casa y alojado en las raíces del árbol, Manuel dormía un
profundo y eterno sueño custodiado por las sombras liberadas por la tormenta la
noche anterior.