Todos los esfuerzos habían sido en vano,
luego de cuarenta y cinco minutos de reanimación cardiopulmonar avanzada el
paciente no había respondido, y el médico a cargo del procedimiento había por
fin dictaminado la hora del deceso. A partir de ese momento el equipo de salud
entró en un estado de frustrada calma, mientras los funcionarios de planta de
la sala de reanimación empezaban a retirar tubos y vías del inerte cuerpo, para
luego lavarlo con varios apósitos y cubrirlo con una sábana, mientras el
profesional llenaba el certificado de defunción y el equipo administrativo
quedaba en espera de la llegada de los familiares del difunto, para contactar
al médico a cargo y les diera las explicaciones pertinentes.
La sala de reanimación había quedado a oscuras
una vez terminado el procedimiento y retirado el cuerpo. En ese instante una
presencia tomó conciencia de su acorporalidad, y empezó a investigar el lugar
en que se encontraba. Hasta hacía algunos minutos moraba en un viejo cuerpo que
le impedía moverse e interactuar normalmente, y ahora podía desplazarse a sus
anchas por donde quisiera, pero sin poder interactuar con nadie. Al poco rato
la presencia entendió que su cuerpo había muerto, y que al parecer él era lo
que la gente llamaba alma; en ese instante su mente empezó a preguntarse por
qué no era capaz de ver la luz de la que todos hablaban que se debería ver al
morir.
El alma empezó a vagar por el servicio
de urgencias, mirando con curiosidad a quienes no sabían de su existencia; de
pronto se dio vuelta, y se encontró de frente con otra presencia que sí era
capaz de verlo e interactuar con él. Antes que dicha presencia intentara
siquiera dirigirle la palabra, un temor incomprensible se apoderó de él,
haciéndolo huir hacia donde fuera. En cuanto creyó que se había alejado lo
suficiente del lugar se detuvo: en ese instante levantó la cabeza y se encontró
de frente con la misma presencia que lo miraba fijamente en silencio.
El alma estaba paralizada. La presencia
lo miraba con ojos sin vida y no parecía querer dirigirle la palabra. De pronto
la presencia abrió su boca, y el sonido más ensordecedor que jamás había
escuchado se apoderó de la cabeza del alma, la que parecía que en cualquier
instante iba a explotar. Un par de segundos más tarde un golpe en sus nalgas lo
hizo gritar con fuerza: en ese momento se dio cuenta que estaba encarnado en un
bebé recién nacido, y que el ruido ensordecedor de la boca de la presencia no
eran sino que las palabras de su guía que su alma había bloqueado para nacer lo
antes posible sin planificar nada.