La niña de cinco años estaba viviendo
uno de los mejores momentos de su vida. Después de semanas de presiones había
logrado que su madre la autorizara a entrar a la habitación donde vivía su
abuela, recientemente muerta, para poder ver sus cosas y jugar con lo que
hubiera a mano. La pequeña nunca se había llevado bien con su abuela, quien era
bastante brusca para tratarla: de hecho la niña no quería a la anciana mujer, y
cuando ella falleció, sintió la felicidad de saber que habría alguien menos que
le pellizcara sin piedad sus rosadas mejillas. Ahora había llegado el momento
de entrar en el mundo de las cosas de la anciana, que debería estar lleno de
secretos y maravillas.
La niña estaba sola en el dormitorio de
su abuela, pues su madre había tenido que salir a contestar el teléfono; así,
la pequeña estaba a sus anchas para intrusear todo lo que quisiera. De
inmediato se dirigió al closet, el que estaba lleno de prendas de ropa
desteñidas, comunes y corrientes, sin nada que le llamara la atención. Luego
empezó a revisar una cajonera instalada dentro del mismo closet: en ella sólo
encontró ropa interior, toallas y ropa de cama. Hasta ese instante la aventura
se estaba diluyendo, y no había nada que pareciera ser alguno de los tesoros
que la niña esperaba encontrar.
La niña luego se fue a revisar el
velador de la anciana. En él había una libreta con números y palabras escritos,
un paquete de pañuelos desechables cerrado, y una caja cuadrada de madera
pintada de rojo con un pequeño pestillo de bronce y bisagras del mismo
material. La pequeña emocionada sacó la caja y la colocó encima del velador: al
fin había encontrado el tesoro de su abuela, y estaba ahí a su entera
disposición. Luego de reír nerviosamente la niña soltó el pestillo y abrió la
tapa de la pequeña caja: en su interior había una especie de medallón de bordes
metálicos y algo parecido al plástico, que también tenía bisagras y un pequeño
pestillo. La pequeña soltó el pestillo de la pieza y lo abrió, encontrándose
con una pequeña foto de una mujer joven: en ese instante un extraño mareo y
sensación de sueño se apoderaron de ella.
La madre volvió al dormitorio a buscar a
su hija, esperando que ella no hubiera dejado un desastre en el lugar. Al
entrar encontró a la niña sentada en la cama, y todas las cosas cerradas y en
su lugar; la mujer abrazó a su hija y la felicitó por su madurez al esperarla a
que ella volviera para revisar juntas las cosas de su madre. Dentro del cuerpo
de la niña su alma original se encontraba encerrada y adormecida, mientras el
alma de su abuela, guardada en el camafeo descubierto por la pequeña, se
apoderaba del joven cuerpo para vivir una nueva vida que no le pertenecía.