Las estrellas brillaban en el oscuro y
despejado cielo esa noche. En medio de la solitaria playa Marta estaba acostada
mirando fijamente el cielo, mientras dejaba su mente volar por sueños y
recuerdos que se entrelazaban unos con otros, haciéndole perder a ratos la
perspectiva de realidad. Marta era feliz con ello, por lo que no daba mayor
importancia a aquello que su mente creaba y recordaba, y se dejaba llevar por
las imágenes proyectadas dentro de su cerebro. A unos doscientos metros del
lugar, en plena costanera, una silueta cortada por la luz miraba hacia donde
estaba Marta, en silencio.
Marta recordaba su infancia en un
pequeño castillo en el mediterráneo, como hija de una pareja de condes, donde
nunca le había faltado nada en su existencia y todos sus caprichos eran
cumplidos con solo decirlo. Luego Marta soñaba una infancia pobre en una
especie de gueto rodeada de miseria, hambre y abusos de todo tipo, donde el
único deseo era no despertar a la mañana siguiente. A lo lejos la silueta la
seguía observando en silencio sin moverse de su sitio.
Marta recordaba una adolescencia
aventurera, recorriendo cerros y bosques en bicicleta, acompañada de amigos de
su edad y dedicados solamente a disfrutar de los paisajes recorridos, y de
buscar nuevos lugares para seguir recorriendo. Luego Marta se soñaba en una
mediagua con cinco hermanos más, rodeada de hombres mayores que la buscaban
para pasar un rato con la muchacha a cambio de dinero para comer ese día. A la
distancia la silueta empezaba a caminar lentamente por la costanera, hacia
Marta.
Marta recordaba haber entrado a la
universidad con todo pagado, yendo en auto a clases, y disfrutando del ambiente
al máximo; recordaba a su pareja, a la que amaba demasiado, y con quien
probablemente compartiría el resto de sus días una vez que se recibieran. Luego
Marta se soñaba trabajando en una empresa de aseo, con turnos eternos y dolores
por doquier, sin haber sido capaz de terminar el colegio; Marta se soñaba
llegando a una casucha de mala muerte donde tres pequeños la esperaban, y un
hombre borracho dormía en la que parecía ser la cama de ambos. A lo lejos la
silueta estaba cada vez más cerca de Marta.
Marta recordaba estar casada con el amor
de su vida. Marta soñaba vivir en un infierno. Marta recordaba tener un hijo
maravilloso. Marta soñaba con tres hijos drogadictos y delincuentes que tenía
que visitar en la cárcel. De pronto la silueta llegó al lado de Marta, tocando
con suavidad su frente. Marta había muerto, el ángel de la muerte la había ido
a buscar. Ahora Marta era libre, su alma ya no estaba atada a los dos cuerpos
que habitaba en universos paralelos, de los que sólo se liberaba al mirar el
cielo nocturno en la playa.