Esa noche de invierno estaba más oscura
que de costumbre. La neblina dejaba ver apenas a un par de metros de distancia,
acentuando las sombras y generando temor en los pocos transeúntes que a esa
hora se desplazaban por el barrio. Al medio de una de las cuadras más
oscurecida por la neblina había un viejo edificio de departamentos que no tenía
conserjería; a esa hora entraron dos hombres que empezaron a mirar bajo las
puertas a ver cuál departamento no dejaba ver luz, para intentar forzar la entrada
y robar las especies que pudieran en el instante. Luego de dar vueltas por los
pasillos de varios pisos, encontraron un departamento como ellos esperaban; en
ese momento uno de ellos sacó un juego de ganzúas con el que empezó a jugar con
la chapa del lugar, hasta lograr abrirla y darles entrada a encontrar, según
ellos esperaban, un cuantioso botín.
Los ladrones andaban desarmados, sólo
traían con ellos herramientas para forzar puertas y hurgar en la oscuridad pero
nada más; una vez dentro del departamento cerraron la puerta con pestillo y
encendieron sus linternas para empezar a trabajar. Uno de ellos empezó a
revisar los muebles del comedor mientras el otro se dirigió a los dormitorios,
así harían el trabajo más rápido y podrían luego salir del lugar con su botín
hacia sus hogares. El ladrón del comedor se encontró con un par de cajas con
cubiertos de plata antiguos, los que probablemente se reducirían a buen precio;
de pronto el delincuente aguzó su oído y no logró escuchar nada: de inmediato
se dirigió a los dormitorios a ver qué había pasado con su compañero. Al llegar
al lugar, no encontró a nadie.
El delincuente estaba intrigado, pues
estaba seguro de haber visto a su compañero ir a los dormitorios a hacer su
parte del trabajo; además él estaba en el comedor, por lo que tenía claro que
no había huido del lugar por la puerta principal. Salvo las pequeñas ventanas,
no había otro lugar por el cual hubiera podido desaparecer, lo que por lo demás
era imposible pues se encontraban en un cuarto piso en un departamento sin
terrazas. De pronto el delincuente miró la puerta del closet de uno de los
dormitorios, que se encontraba semiabierta y con una tenue luz en su interior.
El delincuente estaba contrariado, no
entendía cómo su compañero había decidido esconderse para asustarlo en medio de
un trabajo. De inmediato tomó la puerta y la abrió con fuerza, dejando ver el
interior del closet donde no había nadie. La tenue luz venía de la pared del
fondo del lugar, que parecía una pantalla retroiluminada: cuando el delincuente
la tocó, sintió una fuerza incontenible que lo capturó y lo introdujo a su
interior: de pronto se sintió flotando en la nada, sin cuerpo y sin realidad.
La puerta al infierno se había abierto en el momento preciso para capturar a
los ladrones en su tenebrosa irrealidad.