Seis cincuenta de la mañana. El sargento
instructor se encontraba en el patio principal, esperando la llegada de los
reclutas para empezar el entrenamiento de esa mañana. En diez minutos cien
reclutas perfectamente formados deberían estar frente a él para que, luego de
insultarlos y vejarlos verbalmente a todos y de humillar físicamente a unos
cuantos, empezaran con los ejercicios planificados para fortalecer sus cuerpos
y debilitar sus voluntades, para así tener soldados entrenados para lo que la
patria, o más bien los gobernantes de turno, decidieran que debían hacer. El
sargento estaba perfectamente ataviado con tenida de campaña, y ninguna hebra
de su vestimenta ni cabello de su cabeza había sido dejado al azar.
Seis cincuenta y ocho. El patio estaba
vacío, y ninguna cabeza se había asomado desde alguna de las barracas donde los
reclutas dormían; el sargento empezó a pensar en alguna suerte de insurrección
o planificación por parte de los reclutas para intentar intimidarlo o mostrar
un poder que definitivamente no tenían. En cuanto su reloj de pulsera marcó las
siete inició la caminata hacia las barracas para ver qué había sucedido con los
soldados que debería estar a esa hora tomando distancia y ordenándose en el
frío patio. El sargento esperaba de corazón que los reclutas no tuvieran alguna
justificación para su ausencia, y así dar rienda suelta a una venganza que
llevaba pensando hacía ya dos minutos.
Siete y diez de la mañana. El sargento
había recorrido todas las barracas y no había nadie en el lugar. Luego de
pensar detenidamente se dio cuenta que era imposible que los reclutas se
pusieran de acuerdo para salir del recinto sin que nadie se diera cuenta. Su
instinto lo llevó a dirigirse a las barracas de la tropa regular, encontrándose
con el mismo panorama: nadie en los patios ni en las barracas. De inmediato se
dirigió hacia los edificios donde dormían los oficiales; en el trayecto se dio
cuenta que nadie estaba de guardia en las paredes del recinto ni en los puestos
de vigilancia. Al llegar al edificio tuvo algo de temor al pensar en encontrar
a los oficiales en su lugar, pero ello no aconteció: el recinto militar se
encontraba totalmente vacío.
Ocho de la mañana. El sargento revisó
todas las instalaciones y no encontró a nadie. Lo único que le faltaba por
hacer era salir de las dependencias a la vía pública, para tratar de entender
qué había sucedido. El sargento ordenó sus vestimentas y se dispuso a salir a
la calle con tenida de campaña: ello en otras circunstancias le hubiera
acarreado problemas con sus superiores, pero dado que no había nadie sobre o
bajo él, no perdería tiempo en cambiarse de tenida. En cuanto salió se encontró
con un lugar desconocido para él, con edificaciones que jamás había visto, y
con gente muy alta y muy pálida que lo miraba con cara de estar viendo a un
extraterrestre. De pronto dos seres se pararon uno a cada lado de él, lo
tomaron con suavidad de los brazos y lo llevaron a una suerte de vehículo
flotante: los seres no le dirigieron la palabra, ello estaría a cargo de sus
superiores, que deberían explicarle en un lenguaje arcaico y ya en desuso que
había traspasado una barrera dimensional y ahora se encontraba en el mismo
lugar pero mil años en el futuro.