El canoso hombre
bebía en silencio en la barra del bar. El lugar era bastante oscuro, lo que le
permitía ocultar su mirada y sus facciones; así, nadie le dirigía la palabra y
se sentía en libertad para mirar a todos quienes llegaban o se quedaban en el
lugar. Su bebida calentaba su cuerpo mas no sus pensamientos, los que se hacían
más fríos al avanzar la noche, haciéndolo pensar locuras mientras un leve mareo
se apoderaba de sus sentidos y lo hacía inestable y vulnerable al medio en que
se encontraba; eso limitaba las locuras que pensaba a su cerebro y no más allá.
Cerca de las
once de la noche una mujer muy joven, casi adolescente, se sentó al otro
extremo de la barra. Luego que le pidieran la identificación para certificar
que podía estar en ese lugar a esa hora y consumir alcohol, pidió el mismo
trago que estaba bebiendo el hombre canoso; después de probarlo los ojos de la
mujer se dirigieron hacia la penumbra en que se encontraba el hombre bebiendo,
quien se sintió intimidado al sentirse observado. De pronto dos hombres de
mediana edad se sentaron en la barra uno a cada lado de la muchacha iniciando
una entretenida conversación, que dejó tranquilo al hombre canoso quien volvió
a su anonimato y lejanía. En ese instante su mente empezó a divagar.
En su cerebro la
joven mujer se transformó en una suerte de mujer fatal, que de la nada sacó de
bajo su falda un par de cuchillos de doble filo con los cuales degolló a sus
dos pretendientes, quienes ahogaron un grito que no alcanzó a escucharse. El
bar se convirtió en una locura donde la gente gritaba descompensada; de pronto
dos tipos más se abalanzaron sobre la mujer, quien con un plástico movimiento
de cintura los evitó, para terminar cortando sus cuellos sin mayor esfuerzo. En
ese instante el hombre despertó de su breve sueño, y vio que la joven mujer ya
no estaba en su lugar.
El canoso hombre
seguía bebiendo. De pronto sintió a alguien tras él: al voltearse se encontró
con la mujer tras él, quien sonreía al mirar su cara de espanto. En ese
instante la muchacha llevó ambas manos hacia su falda, y luego de manipularla
un par de segundos sacó dos cuchillos de doble filo, que dejó en la barra
frente al canoso hombre; la joven tomó al hombre por la nuca, le dio un suave
beso en los labios para luego darle las gracias e irse del lugar sin pagar el
trago que había bebido. El hombre canoso quedó silente, tratando de entender si
el beso era el pago por evitar las muertes, o por el trago que él pagaría antes
de irse a su hogar.