La joven
nadadora estaba en la piscina olímpica, en pleno entrenamiento. La muchacha se
había especializado en largas distancias, por lo que pasaba horas
perfeccionando su técnica y su resistencia cardiovascular para permitirle hacer
cada vez mejores tiempos y por ende subsistir gracias a su talento. Sus
jornadas eran agotadoras, pero ya tenía algunos títulos latinoamericanos
juveniles a su haber, por lo que su futuro estaba trazado hacia el deporte de
alto rendimiento, y salvo alguna lesión que la alejara de las piscinas, viviría
de su deporte por una parte importante de su vida, o al menos de su juventud.
La nadadora
llevaba ya cuarenta vueltas a la piscina sin descanso. A esas alturas del
entrenamiento ya no era capaz de escuchar las instrucciones de su entrenadora,
quien más bien se dedicaba a marcar tiempos y vigilar su técnica para luego
hacerle las correcciones necesarias para ser cada día mejor que el día
anterior. La muchacha llevaba un buen ritmo de respiración, lo que le permitía
avanzar rauda por el carril de la piscina, y dado que era la mejor nadadora del
equipo, tenía reservado el carril exclusivamente para ella, por lo que no tenía
que preocuparse de obstáculos en el camino, o de recibir alguna patada al
alcanzar a alguna nadadora más lenta delante de ella.
La nadadora ya
estaba llegando a la vuelta cuarenta y seis; por una suerte de reflejo y pese a
nadar con antiparras, la muchacha tendía a cerrar los ojos al hundir la cabeza
en el agua, por lo que sólo veía el techo del edificio al sacar la cabeza para
respirar. De pronto la joven abrió los ojos cuando su cabeza estaba
completamente sumergida bajo el agua; en ese instante la muchacha perdió el
ritmo y se detuvo incrédula, al ver hacia el fondo algo que era imposible que
estuviera ahí. De partida no se veía el fondo de la piscina, en su reemplazo
había una profundidad inconmensurable, en la cual se dejaban ver extrañas
formas de vida que nadaban libremente a veinte metros y más de la superficie;
la joven sacó la cabeza para respirar y ver dónde estaba, encontrándose con el
techo de la piscina en que estaba entrenando.
La nadadora
estaba desconcertada. Luego de cinco minutos de descanso se atrevió a volver a
su entrenamiento, sin explicarle el motivo de su detención a su entrenadora.
Lentamente empezó a nadar con los ojos bien cerrados, hasta que la curiosidad
pudo más que el miedo y nuevamente abrió los ojos dentro del agua para volver a
ver ese extraño universo que se veía en las profundidades del agua. La joven no
entendía nada, pero una extraña fuerza la llevó a tomar la bocanada de aire más
grande que pudo para investigar algo hasta donde sus pulmones soportaran. Esa
noche la entrenadora y su equipo esperaron en vano, pues la nadadora nunca
salió de la piscina, y nunca más fue vuelta a ver en esta realidad.