El asesino
esperaba en el asiento del conductor de su vehículo a que su objetivo saliera
del restaurante para llevar a cabo su misión. Llevaba cerca de dos horas en el
lugar esperando a que su objetivo terminara de cenar, y tal como era su costumbre
andaba con tres armas: una pistola semiautomática, un revólver y un cuchillo de
doble filo; así, si el carro de la pistola se trababa tenía a mano el revólver,
y si éste por algún motivo no funcionara echaría mano del cuchillo para
degollar a su víctima. En sus diez años de carrera nunca nada parecido había
sucedido, pero su mentor le había enseñado a ser previsor.
Una hora más
tarde la puerta del restaurante se abrió, y su víctima salió del lugar
tambaleante, al parecer producto del alcohol ingerido con la cena. La calle
estaba casi vacía a esa hora, así que el asesino esperó a que su víctima se
alejara unos diez metros de la puerta para bajar del vehículo con sus manos
enguantadas, el arma en la mano con la bala pasada y sin seguro. El asesino se
acercó por la espalda y a dos metros de distancia disparó tres tiros, una a la
columna lumbar, otra al tórax y la tercera a la nuca; en ese instante una
risotada se escuchó de parte de la víctima, quien sin inmutarse siguió su
camino.
El asesino
estaba desconcertado, rápidamente sacó el cargador del arma para cerciorarse
que tuviera balas de verdad y no salvas, en cuanto vio que así era corrió donde
su víctima, lo encaró, le colocó el cañón del arma en la frente y descargó tres
tiros, provocando una nueva risotada en él, quien siguió su camino sin ninguna
herida visible. El asesino no entendía nada, nuevamente encaró a su víctima,
descargando los seis tiros que quedaban en el cargador al tórax de éste, quien
nuevamente rió de buena gana y siguió caminando. El asesino sacó de inmediato
el revólver, disparando tres tiros al tórax y tres tiros en la cabeza,
obteniendo de vuelta nuevamente una carcajada.
El asesino
estaba sorprendido, pero su preparación le impedía dejar viva a su víctima. Un
par de segundos después de haber terminado de descargar los seis tiros del
revólver, guardó el arma y sacó el cuchillo. Para asegurarse de terminar con su
víctima, primero lo apuñalaría en la zona lumbar para romper la aorta y luego
lo degollaría, para no dar pie a que quedara vivo; rápidamente corrió a tomar
por la espalda a su víctima, quien seguía riendo de buena gana. Al intentar
tomarlo por el cuello para apuñalarlo, su objetivo atravesó su brazo, soltando
una risotada más fuerte que las anteriores: sólo en ese instante el sicario
supo que le habían encargado asesinar a un fantasma.