El capitán del
barco pesquero luchaba contra el oleaje desde el puente de la nave a las tres
de la madrugada. El barco de arrastre contaba, entre marinos y pescadores con
veinte tripulantes, un avanzado sistema de sonares y de comunicaciones internas
y externas, además de una gran autonomía para soportar varios días navegando y
buscando los mejores bancos de peces posibles dentro de su radio de acción. La
tormenta que los tenía atrapados había empezado cerca de las doce de la noche,
por lo que la tripulación ya llevaba cerca de tres horas luchando contra los
vaivenes de la naturaleza.
El capitán
manejaba diestramente el timón, evitando las olas principales y absorbiendo las
menores; en ese instante se encontraba solo en el puente pues toda su gente
estaba en la sala de máquinas y en cubierta listo a seguir sus instrucciones.
De pronto, y sin que el capitán se alcanzara a dar cuenta, una ola de ocho
metros los golpeó violentamente por estribor, escorando la nave a babor y
dejándola algo inestable; en cuanto logró estabilizarla, se comunicó por la
radio con la gente de cubierta para asegurarse que todos estuvieran bien y a
salvo. El capitán no recibió respuesta después de tres llamados, lo que lo
inquietó sobremanera.
El capitán
seguía pensando en la gente de cubierta mientras seguía maniobrando la nave,
cuando de pronto se escuchó una especie de explosión en las profundidades de la
nave, dando paso a una brusca pérdida de potencia de los motores; de inmediato
llamó por la radio a la sala de máquinas, y luego de tres intentos nuevamente
no obtuvo respuesta. El capitán no comprendía lo que estaba sucediendo, pues
antes de salir de puerto se preocupó de probar todas las radios a bordo y se
aseguró que todas estuvieran cargadas al máximo. Algo extraño estaba
ocurriendo, y ya era hora de averiguarlo.
El capitán recorrió
la cubierta completa del barco, sin encontrar a nadie en ella, y con todos los
salvavidas en su lugar. Luego bajó a la cubierta inferior donde tampoco había
nadie; finalmente llegó a la sala de máquinas, donde el motor parecía no
haberse encendido ese día, pues se encontraba frío y con todos los
interruptores en modo apagado. El capitán estaba desconcertado, toda la
tripulación había desaparecido y el motor se encontraba apagado; lo único que
le quedaba por hacer era llamar a la capitanía de puerto para informar lo
sucedido, sin saber aún cómo lo iba a hacer. El capitán subió las escalinatas,
al llegar a la cubierta se encontró con un panorama más incomprensible que lo
que había sucedido hasta ese momento: el cielo no parecía cielo pues no se veía
nubes ni estrellas, sino un parejo color azul oscuro. Al acercarse al borde del
barco vio que bajo él tampoco había mar, sino el mismo color azul oscuro. El
capitán se sentó en la cubierta para tratar de entender qué sucedía; mientras
tanto en su barco, su cadáver era rescatado del puente que resultó destruido
luego del impacto de la ola de ocho metros.