La
pantalla del teléfono celular se llenaba a cada instante de más y
más mensajes. La secretaria no alcanzaba a abrir uno cuando tres más
se desplegaban anunciándole que debería extremar recursos para
dejar a su jefatura satisfecha. Esa noche se lanzaría una innovación
tecnológica de la empresa para la cual trabajaba, y la lista de
invitados al lanzamiento era enorme. Esa noche de verano a las nueve
de la noche en la azotea del edificio corporativo se lanzaría el
producto, y las expectativas de todos eran enormes, por lo que nadie
quería quedarse fuera de un evento que probablemente sería
recordado a nivel mundial.
Los
invitados iban llegando en grupos de a quince, que era la capacidad
máxima de los ascensores. A la entrada de la azotea que estaba
convenientemente cubierta con un toldo en la zona del escenario, una
promotora les entregaba a cada uno una pequeña caja de cartón
dentro de la cual iba el producto a lanzarse esa noche; era primera
vez que una compañía invertía en regalar un producto a cada
asistente, más aun pensando que esa noche se había convocado a los
más poderosos empresarios del país, quienes habían aceptado de
buena gana la invitación y miraban con curiosidad el regalo, que
sólo debería ser abierto cuando el presentador lo indicara.
Las
doscientas personas más poderosas del país se encontraban reunidas
en esa azotea junto a sus parejas, a la espera del inicio de la
presentación. De pronto por un costado del escenario apareció un
hombre de mediana edad, delgado, vestido con ropa sport y zapatillas
urbanas, con un micrófono inalámbrico colgando de su oreja derecha;
de inmediato se hizo silencio en el lugar, mientras el hombre sacaba
de su bolsillo una caja igual a las que se les había entregado a los
asistentes. Sin mediar aviso alguno la abrió, dejando ver un aparato
negro aparentemente sin botones; a una señal de él, todos abrieron
sus cajas y sacaron sus aparatos.
Los
empresarios estaban extrañados, el extraño cubo negro no parecía
tener botones; de pronto uno de ellos notó que en una de sus caras
había un lector biométrico de huellas dactilares, lo que fue
confirmado por el animador. En ese instante en la pantalla apareció
una cuenta regresiva de diez a cero, para que al llegar al final
todos colocaran su índice derecho en el lector de huellas; once
segundos después todos los asistentes, incluido el animador,
colocaron su índice derecho en el lector. En ese instante los
cuerpos empezaron a transparentarse y los gritos de desesperación a
apagarse; en cinco segundos los cuatrocientos invitados y el animador
estaban en una dimensión paralela atrapados para siempre. El trabajo
del animador, habitante habitual de dicha dimensión, estaba
terminado; el mundo se había librado de doscientos usureros y sus
parejas para siempre.