El
mago estaba leyendo un libro importado acerca de nuevas maneras de
hacer ilusiones. Luego de veinte años en el rubro del
entretenimiento para niños y adultos, había llegado la hora de
modernizar su espectáculo incorporando trucos nuevos que llamaran la
atención de los espectadores y le permitiera seguir teniendo un buen
nombre dentro del medio nacional, y por ende, que lo siguieran
contratando. Así, estaba revisando uno por uno los trucos para ver
cuáles incorporaría a su show, para empezar a comprar o importar
los implementos necesarios.
El
mago era algo desordenado para leer. Luego de un par de horas de
hojear ordenadamente el libro había empezado a buscar páginas al
azar a ver si encontraba algo más que le llamara la atención,
aparte de los tres trucos en los cuales había decidido invertir
tiempo, preparación y dinero. En la parte final del libro encontró
un capítulo con un título en un idioma extraño que parecía ser
latín, en donde se describían ilusiones que sólo necesitaban
artículos de fácil disposición en cualquier hogar. Extrañado por
lo fácil de las ejecuciones de algunos de los trucos, se dispuso a
seguir las instrucciones de uno de ellos en el que aparecía, bajo el
título en latín, el dibujo de un hombre levitando.
El
mago consiguió los elementos, la mayoría de cocina, y empezó a
ejecutar el truco. Luego de un par de movimientos extraños hacia los
puntos cardinales y de preparar una mezcla de los ingredientes en el
orden establecido en el libro y lanzarlos al aire como se describía
en el texto, se sentó a esperar a ver qué pasaba; después de un
par de minutos sentado mirando a la muralla sonó el timbre, por lo
que olvidó el fallido conjuro y se dirigió a la puerta a ver quién
era.
El
mago no entendía qué estaba pasando. Al llegar a la puerta no había
nadie, pero justo en ese instante empezó a sentir una extraño mareo
por lo que decidió cerrar los ojos para acomodar la mirada. Al
abrirlos se encontró a la altura de la copa del árbol que estaba
frente a su puerta, y que medía más de veinticinco metros; luego de
ello notó con espanto que seguía subiendo sin lograr detenerse,
pues no había terminado de leer ni ejecutar el conjuro completo. Al
elevarse empezó a ver cómo la ciudad se hacía cada vez más
pequeña, y empezó a notar que le faltaba el aire. Lo último que
vio antes de perder la conciencia fue un avión de pasajeros pasando
treinta metros bajo él.