El
repartidor del restaurant aceleraba su moto para poder llegar a la
hora a destino. La famosa promoción que si el pedido no llegaba en
media hora era gratis lo tenía con los nervios de punta, pues
obviamente si no cumplía los tiempos quien debería pagarlo era él
por no manejar lo suficientemente rápido. Así, su día a día
transcurría maniobrando su pequeña moto a altas velocidades por una
ciudad congestionada, debiendo evitar los tacos serpenteando entre
vehículos que a veces parecían no verlo por sus espejos
retrovisores, o simplemente lo ignoraban poniendo sus vehículos en
el espacio que él tenía ocupado en la calle.
El
repartidor iba raudo por una amplia avenida, concentrado en la hora
tope que tenía para llegar. De pronto en una esquina se detiene
junto a él una moto enorme, vieja y algo descuidada, con un hombre
mayor y mal agestado, vestido enteramente de cuero, sin casco, y
dejando ver en sus muñecas y cuello los bordes de lo que suponía
eran enormes tatuajes. El repartidor iba a comentarle algo al tipo
acerca de su moto, pero el ver su rostro inexpresivo decidió callar,
y en cuanto dio la luz verde siguió su camino en silencio. Tres
cuadras más allá y al mirar por el retrovisor, el repartidor se dio
cuenta que el hombre mayor seguía su mismo camino; seis cuadras
después el repartidor seguía viendo por el espejo al viejo
motorista: al parecer el hombre lo estaba siguiendo.
El
repartidor llegó a tiempo a su destino, entregó el pedido, cobró y
salió del domicilio. Al llegar a su moto vio que una cuadra más
atrás estaba el motorista con el motor encendido, esperando para
seguirlo. El joven pensó lo peor, por lo que de inmediato eligió la
peor ruta posible, la más congestionada y con más recovecos
posibles para llegar a su lugar de trabajo; a las cinco cuadras ya no
se veía al viejo motorista, por lo cual el joven continuó su camino
más tranquilo. Al llegar al local donde trabajaba, se encontró de
frente con el viejo motorista que lo estaba esperando.
El
joven repartidor estaba sorprendido y asustado, sin embargo fue capaz
de sacar el poco valor que tenía para dejar su moto estacionada e ir
a encarar al viejo hombre, quien lo esperaba arremangándose el
antebrazo derecho. Cuando llegó frente al viejo hombre y antes que
pudiera decirle nada, el viejo motorista le mostró una larga
cicatriz algo chueca en su antebrazo. Con sorpresa el joven descubrió
su antebrazo derecho dejando ver la misma cicatriz, con la misma
curva y en el mismo lugar que el anciano. El joven repartidor y su
imagen del futuro tendrían mucho que hablar acerca del futuro de
ambos.