El
viejo guerrero vikingo recién había terminado de afilar su enorme
hacha de batalla. La piedra de afilar estaba ya demasiado desgastada,
y probablemente luego debería hacerse de otra; el trabajo eso sí
había quedado perfecto, por lo que el viejo hombre decidió probarla
en su cara, afeitando los laterales de su descuidada barba, y algo de
su larga cabellera. Sin mucha precaución empezó a pasar la hoja por
su cara, mientras veía con satisfacción los rubios vellones de
cabello cayendo al suelo; de pronto un par de vellones se vieron un
poco más oscuros, para luego notar en el suelo varias gotas carmesí
que no le causaron mayor preocupación.
Diez
minutos más tarde el viejo guerrero estaba agazapado, hacha en
ristre, listo para entrar en batalla contra el pueblo que buscaban
conquistar. A la señal del líder se lanzaron cerro abajo gritando
desaforados; al encontrarse con los rivales se enfrascaron en una
violenta refriega, lanzando golpes a diestra y siniestra para tratar
de herir o matar a la mayor cantidad de rivales posibles. La afilada
hacha estaba diezmando a todo aquel que se cruzaba por su filo, y el
viejo guerrero sentía la sangre y los fluidos de sus rivales correr
por su rostro. De pronto una sensación de clavada en su espalda
empezó a avanzar hacia su abdomen; dos segundos después la punta de
una espada salía por su abdomen, su boca se llenaba de sangre y su
vida se escapaba por la herida. Diez segundos después su cuerpo
yacía sin vida en el campo de batalla, cubriendo una enorme posa de
sangre que contaminaba el agua que corría por un pequeño riachuelo
en que se llevaba a cabo la batalla.
Una
hora después la tribu atacada había logrado resistir la primera
carga vikinga, y sus guerreros trataban de salvar a sus heridos y
reponer fuerzas para la eventual próxima carga. Uno de ellos, un
muchacho joven y delgado, había salvado sin heridas el primer
ataque; sin embargo su cuerpo entero le dolía, y sentía morir de
sed. De pronto vio el riachuelo, acercándose a tomar algo de agua
fresca a un par de metros del cadáver de uno de los vikingos; en
cuanto bebió el primer sobo, su mente se nubló.
El
alma del vikingo estaba perdida en el campo de batalla, mirando a
todos lados sin saber qué hacer. De pronto una fuerza incontrolable
lo atrajo hacia un cuerpo enjuto, joven y sin heridas; al abrir los
ojos se vio moreno, bajo y casi sin fuerzas. En ese instante vio su
viejo cuerpo muerto y desangrado sobre el riachuelo, y notó que la
sangre pasaba por donde el débil cuerpo en que estaba había bebido
agua contaminada. Sin entender cómo su alma había pasado al cuerpo
de un rival por su sangre; de todos modos no había tiempo que
perder, rápidamente recuperó su hacha para usarla contra los
guerreros de la tribu atacada cuando viniera la siguiente carga
vikinga. Luego vería el modo de convencer a su gente quién era él.