El
camionero manejaba su máquina a alta velocidad por la carretera.
Luego de quince años en el rubro conocía todos los trucos
necesarios para conducir seguro por cualquier parte del país, por lo
que sabía que en la carretera tendría los conocimientos y la maña
suficiente para salvar cualquier situación. El obeso hombre conducía
con su siguiente objetivo listo en su mente: el siguiente restorán
carretero donde le preparaban su plato favorito, bien presentado y
abundante. Cuando ya se le empezaba a hacer agua la boca, un violento
ruido y una inestabilidad en la conducción le avisaron lo peor que
le podía pasar en ese momento: había pinchado un neumático.
El
camionero controló sin dificultad los vaivenes del vehículo y se
estacionó en la berma del camino para revisar cuál era el neumático
pinchado y prepararse a la tediosa tarea de cambiarlo; al menos el
pinchazo había ocurrido a plena luz del día, por lo que no tendría
problemas para hacer el cambio con seguridad. Al bajar de la máquina
se encontró con el peor panorama que pudiera haber imaginado: había
pinchado dos neumáticos dobles, por lo que los repuestos que traía
no le alcanzaban para hacer el cambio, pues iba con la carga completa
y era inseguro manejar con neumáticos simples en esas condiciones.
El camionero estaba varado.
El
conductor subió a la cabina para comunicarse con la central más
cercana y pedir ayuda. Al instante le contestaron que el vehículo de
apoyo más cercano se encontraba a más de tres horas de distancia,
con lo cual le llegaría la oscuridad esperando; sin más que hacer
el camionero se instaló en la cabina y se puso a dormitar. A las dos
horas y media despertó, y vio una camioneta negra estacionándose
tras su camión. De inmediato bajó, encontrándose de frente con un
hombre alto y delgado de facciones inexpresivas, que antes de
saludarlo colocó la mano en el pecho del camionero, sin que éste
entendiera el por qué.
El
hombre del vehículo de apoyo no hablaba, en silencio instaló un
gato hidráulico y cambió los cuatro neumáticos pinchados, para
luego retirarse en silencio en su camioneta. Justo cuando el
camionero se disponía a partir, una camioneta destartalada y
descolorida le hizo cambio de luces; desde ella bajó un hombre tan
obeso como el camionero, presentándose como el vehículo de apoyo.
El camionero no entendía nada y el conductor del vehículo de apoyo
tampoco: lo que el camionero no sabía era que el hombre que lo había
ayudado había cobrado su precio, pues al poner la mano sobre el
pecho del conductor se había apoderado de su alma, la que ahora
llevaba escondida en uno de los neumáticos pinchados para usarla al
llegar a su destino.