El
obrero picaba el suelo con un chuzo para soltar la tierra y
prepararla para la construcción del radier de la casa que estaban
construyendo. Quien los contrató había optado por una empresa
pequeña, sin grandes maquinarias, y cuya mayor fuerza era la humana;
al parecer el dueño del terreno tenía bastante tiempo disponible
pues el proyecto no tenía fecha de término, y al menos hasta ese
instante no se había aparecido por el lugar a revisar el estado de
las obras ni a hacer preguntas incómodas que sólo el dueño sabría
responder.
El
obrero trabajaba lenta y concienzudamente, buscando dejar el terreno
lo más parejo posible, y que la profundidad fuera la misma en todos
lados; sabía que eso era casi imposible por la aparición de piedras
o raíces en su camino, pero al menos hasta ese entonces el trabajo
avanzaba adecuadamente. De pronto al lanzar el golpe con el chuzo
golpeó algo duro que desvió el trayecto de la herramienta; de
inmediato se detuvo y clavó el fierro al lado del lugar, para
explorar con sus manos y sacar la piedra contra la que había
chocado. Sin embargo al agacharse y meter las manos donde estaba
picando, se encontró con un objeto rectangular de tamaño mediano,
que definitivamente era manufacturado.
El
obrero observaba sorprendido el objeto. Era una caja cuadrada de
madera con bordes metálicos de unos treinta centímetros por lado y
diez centímetros de profundidad que no parecía tener por dónde
abrirla. La caja pesaba cerca de siete kilos, por lo que obviamente
tenía algún contenido en su interior; sin embargo al moverla de un
lado a otro nada parecía sonar dentro de ella. El hombre estaba
desconcertado, y la curiosidad lo llevó a tomar la única decisión
posible para conocer su contenido: romper una de sus caras con el
golpe de su chuzo.
El
obrero miró a todos lados para cerciorarse que nadie se estaba
fijando en lo que estaba haciendo. Con cuidado colocó la caja en el
agujero de donde la había sacado, levantó su chuzo y descargó un
golpe de mediana fuerza que no causó mella en la caja; al segundo
intento golpeó con todas sus fuerzas la superficie, logrando
perforar la caja y quebrar la madera hasta el borde metálico. Al
sacar la caja y desprender los trozos de madera descubrió que estaba
llena con una especie de ceniza densa; en ese momento un impulso lo
llevó a oler el contenido para tratar de identificar qué era. El
obrero aspiró fuerte: al instante una oleada de sangre pareció
llenar su vista haciéndolo perder el conocimiento. En cuanto pudo
ver, el alma contenida en las cenizas del cuerpo cremado se había
apoderado del cuerpo del obrero; ahora debería tratar de entender el
mundo nuevo en que había encarnado, y ver cómo iniciar la conquista
de la nueva realidad en que estaba metido.