El
hombre esperaba pacientemente a que llegara su cita sentado en el
banco de la plaza en que habían acordado conocerse. Su cita era una
mujer que había conocido por redes sociales hacía meses, y luego de
conversarlo con varios amigos se había decidido a invitarla a salir
para conocerse y ver si había química en persona, la que
ciertamente ya existía en el mundo virtual. El hombre llevaba un
largo tiempo solo, por lo que le había costado bastante invitar a la
mujer; sin embargo, en cuanto él mencionó la invitación ella dio
el sí, dándole al menos la esperanza de conocer en vivo a alguien
interesante.
A
las ocho en punto de la tarde la mujer apareció como de la nada,
estaba vestida con un vestido blanco a media pierna, casi sin
maquillaje y sonriendo; el hombre se puso de pie y le entregó la
rosa blanca que le había llevado de regalo. La pareja empezó un
interminable diálogo que no era más que la continuación de lo que
había hablado en la mañana por redes sociales; parecía como si se
conocieran desde siempre, la química entre ambos era espectacular.
Sin embargo, y por algún motivo inexplicable, el hombre sintió a la
mujer sólo como una buena amiga.
Las
horas pasaban y la pareja seguía conversando alegremente en el banco
de la plaza; era extraño, no se había dado la oportunidad de
invitar a la mujer al restaurante que tenía pensado, y tampoco había
sentido la necesidad de forzar dicha situación. De hecho la
conversación fluía tan agradablemente, que parecía que el tiempo
se hubiera detenido en esa plaza, y nada importaban las miradas de
transeúntes que al pasar se quedaban pegados mirando a la mujer con
la flor en la mano. La noche había sido hasta ese momento
maravillosa, y ninguno de los dos parecía querer que terminara.
La
conversación de la pareja fluía libremente; de pronto ella le hizo
una pregunta que llevó al hombre a su más tierna infancia. Su madre
había muerto un verano, cuando él apenas había cumplido cuatro
años; recordaba a su progenitora sonriendo, y la última vez que la
vio, antes que muriera atropellada, estaba vestida con un vestido
blanco a media pierna. De pronto el hombre miró a los ojos a la
mujer, desconcertado; la mujer tocó levemente su mano y le dio un
beso en la frente. Luego de ello la mujer se puso de pie
desvaneciéndose en el aire, llevándose consigo la rosa blanca que
le había regalado su hijo.