Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, noviembre 28, 2018

Cita

El hombre esperaba pacientemente a que llegara su cita sentado en el banco de la plaza en que habían acordado conocerse. Su cita era una mujer que había conocido por redes sociales hacía meses, y luego de conversarlo con varios amigos se había decidido a invitarla a salir para conocerse y ver si había química en persona, la que ciertamente ya existía en el mundo virtual. El hombre llevaba un largo tiempo solo, por lo que le había costado bastante invitar a la mujer; sin embargo, en cuanto él mencionó la invitación ella dio el sí, dándole al menos la esperanza de conocer en vivo a alguien interesante.

A las ocho en punto de la tarde la mujer apareció como de la nada, estaba vestida con un vestido blanco a media pierna, casi sin maquillaje y sonriendo; el hombre se puso de pie y le entregó la rosa blanca que le había llevado de regalo. La pareja empezó un interminable diálogo que no era más que la continuación de lo que había hablado en la mañana por redes sociales; parecía como si se conocieran desde siempre, la química entre ambos era espectacular. Sin embargo, y por algún motivo inexplicable, el hombre sintió a la mujer sólo como una buena amiga.

Las horas pasaban y la pareja seguía conversando alegremente en el banco de la plaza; era extraño, no se había dado la oportunidad de invitar a la mujer al restaurante que tenía pensado, y tampoco había sentido la necesidad de forzar dicha situación. De hecho la conversación fluía tan agradablemente, que parecía que el tiempo se hubiera detenido en esa plaza, y nada importaban las miradas de transeúntes que al pasar se quedaban pegados mirando a la mujer con la flor en la mano. La noche había sido hasta ese momento maravillosa, y ninguno de los dos parecía querer que terminara.

La conversación de la pareja fluía libremente; de pronto ella le hizo una pregunta que llevó al hombre a su más tierna infancia. Su madre había muerto un verano, cuando él apenas había cumplido cuatro años; recordaba a su progenitora sonriendo, y la última vez que la vio, antes que muriera atropellada, estaba vestida con un vestido blanco a media pierna. De pronto el hombre miró a los ojos a la mujer, desconcertado; la mujer tocó levemente su mano y le dio un beso en la frente. Luego de ello la mujer se puso de pie desvaneciéndose en el aire, llevándose consigo la rosa blanca que le había regalado su hijo.