Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, diciembre 05, 2018

Amputación

El veterano soldado intentaba curar sus heridas de batalla en la sucia trinchera en la que esperaba su muerte, o su muerte en vida. Tres meses llevaba en ese hoyo viendo pasar enemigos y exterminándolos sin sentimiento alguno más que el asco de sentirse cubierto por la sangre y los fluidos de sus rivales, y a veces con sus cadáveres quedando encima de su cuerpo por horas hasta que alguien lo ayudara a sacarlos de la trinchera y dejarlos botados a la intemperie hasta que se decretara una tregua para recuperar cuerpos o los animales carroñeros que abundaban en el lugar dieran cuenta de ellos.

El soldado no sentía la pierna izquierda bajo la rodilla, había recibido la esquirla de una granada de uno de sus enemigos que se coló en la trinchera y al saberse muerto sacó el seguro de una granada y se hizo explotar con ella. El sangrado se había controlado y el dolor había desaparecido, y ahora sólo quedaba la sensación que la pierna ya no le pertenecía, que de la rodilla hacia abajo algo colgaba de su cuerpo que sólo le estorbaba para moverse pues pese a tenerla ahí debía igual arrastrarse para poder movilizarse; pese a ello el cirujano del batallón le había dicho que era imposible amputar en esas condiciones, y que tratara de sobrevivir para poder ser trasladado y operarse en un lugar limpio y seguro.

El soldado ya no soportaba su pierna. De pronto vio entre las ropas del cadáver de un enemigo un cuchillo enorme y muy bien afilado: preso de la desesperación tomó la peor decisión que podía en ese momento. El soldado le sacó el cinturón al cadáver, lo apretó al máximo por sobre la pierna insensible, le quitó el cuchillo y lo más rápido que pudo aserró con el arma su pierna insensible hasta separarla de su cuerpo. El sangrado fue profuso, pero no sintió nada de dolor. De hecho la sensación de alivio y libertad fue enorme.

El soldado se dispuso a avanzar donde el resto de su compañía. Tomó un fusil roto como bastón para apoyarse, y se dirigió lo más rápido que pudo hacia su tropa. De pronto vio la mueca de espanto de sus compañeros, que retrocedieron al verlo como si de un fantasma se tratara; en vano intentó hacerlos entrar en razón. De improviso dos de ellos levantaron sus fusiles, apuntaron y dispararon; cuando el soldado abrió los ojos estaba ileso. En ese instante se dio vuelta y vio a su pierna con dos heridas de bala saltando tras él.