El
veterano soldado intentaba curar sus heridas de batalla en la sucia
trinchera en la que esperaba su muerte, o su muerte en vida. Tres
meses llevaba en ese hoyo viendo pasar enemigos y exterminándolos
sin sentimiento alguno más que el asco de sentirse cubierto por la
sangre y los fluidos de sus rivales, y a veces con sus cadáveres
quedando encima de su cuerpo por horas hasta que alguien lo ayudara a
sacarlos de la trinchera y dejarlos botados a la intemperie hasta que
se decretara una tregua para recuperar cuerpos o los animales
carroñeros que abundaban en el lugar dieran cuenta de ellos.
El
soldado no sentía la pierna izquierda bajo la rodilla, había
recibido la esquirla de una granada de uno de sus enemigos que se
coló en la trinchera y al saberse muerto sacó el seguro de una
granada y se hizo explotar con ella. El sangrado se había controlado
y el dolor había desaparecido, y ahora sólo quedaba la sensación
que la pierna ya no le pertenecía, que de la rodilla hacia abajo
algo colgaba de su cuerpo que sólo le estorbaba para moverse pues
pese a tenerla ahí debía igual arrastrarse para poder movilizarse;
pese a ello el cirujano del batallón le había dicho que era
imposible amputar en esas condiciones, y que tratara de sobrevivir
para poder ser trasladado y operarse en un lugar limpio y seguro.
El
soldado ya no soportaba su pierna. De pronto vio entre las ropas del
cadáver de un enemigo un cuchillo enorme y muy bien afilado: preso
de la desesperación tomó la peor decisión que podía en ese
momento. El soldado le sacó el cinturón al cadáver, lo apretó al
máximo por sobre la pierna insensible, le quitó el cuchillo y lo
más rápido que pudo aserró con el arma su pierna insensible hasta
separarla de su cuerpo. El sangrado fue profuso, pero no sintió nada
de dolor. De hecho la sensación de alivio y libertad fue enorme.
El
soldado se dispuso a avanzar donde el resto de su compañía. Tomó
un fusil roto como bastón para apoyarse, y se dirigió lo más
rápido que pudo hacia su tropa. De pronto vio la mueca de espanto de
sus compañeros, que retrocedieron al verlo como si de un fantasma se
tratara; en vano intentó hacerlos entrar en razón. De improviso dos
de ellos levantaron sus fusiles, apuntaron y dispararon; cuando el
soldado abrió los ojos estaba ileso. En ese instante se dio vuelta y
vio a su pierna con dos heridas de bala saltando tras él.