La
añosa mujer despertó agitada. Tenía los ojos abiertos y sin
embargo veía sólo una profunda oscuridad, lo que hacía aumentar su
agitación. No recordaba bien qué le había pasado, sólo sabía que
estaba almorzando con su marido, que de pronto se empezó a sentir
mal, que él la llevó a su habitación y de pronto todo se volvió
incomprensible e inexplicable. Una vorágine de sensaciones empezó a
llenar su cabeza descontrolándola hasta hacerla perder el
conocimiento, luego de lo cual despertó en el estado en que estaba.
La mujer, al darse cuenta de su estado, decidió empezar a respirar
más lento para calmarse y tratar de saber dónde estaba y qué le
había sucedido.
La
mujer, ahora algo más calmada, empezó a concentrarse a ver qué era
capaz de escuchar: cinco minutos más tarde se convenció que no
había ningún ruido audible donde se encontraba en esos momentos. La
mujer no lograba entender qué le había pasado, hasta que de pronto
su mente se iluminó: la última persona con la que había estado era
su marido, quien había preparado y le había servido el almuerzo ese
día. La mujer no podía creer lo que había descubierto, y recién
lograba entender lo que le había sucedido.
La
mujer empezó a desesperarse al entender lo que le había sucedido.
Estaba claro, su marido le había echado algo a la comida para
adormecerla o aturdirla; tal vez tenía una amante y se había
decidido por la otra mujer. Luego la había pasado por muerta sin que
nadie lo notara, y ahora estaba tres metros bajo tierra en un ataúd
sellado y oscuro, por lo que no podía ver ni escuchar nada. En
cualquier instante empezaría a acabársele el aire, y su vida se le
iría por culpa del maldito de su marido que había planificado todo
para deshacerse de ella. La mujer decidió morir dignamente, y empezó
a respirar lo más tranquila que pudiera hasta que su final llegara.
Nueve
de la noche. El añoso hombre y sus tres hijos estaban frente a la
cama de la UCI donde estaba hospitalizada su esposa y madre. Los
cuatro miraban con dolor el cuerpo de su madre quien minutos antes se
había agitado y que ahora respiraba en paz. La añosa mujer había
sufrido un accidente vascular a la hora de almuerzo siendo llevada
por su esposo a la urgencia más cercana. El diagnóstico radiológico
había sido lapidario: era tal la extensión del accidente, que se
habían perdido el área de la visión y de la audición de la mujer,
dejándola encerrada dentro de su cuerpo hasta el momento de su
muerte, manteniendo sólo el tacto como único medio de contacto con
la realidad.