El
maduro ciclista iba subiendo lentamente el Cerro San Cristóbal en su
bicicleta de montaña ese sábado por la mañana. Había llegado a la
entrada del cerro cerca de las diez de la mañana, luego de pedalear
media hora desde su casa. Los sábado era habitual que llegara una
gran cantidad de gente para hacer la subida tanto a pie como en
bicicleta, pues esa mañana de la semana estaba prohibido el uso de
vehículos motorizados; así, quienes gustaban de ese paseo podían
hacerlo con mayor seguridad y tranquilidad, sin correr el riesgo de
ser atropellados por algún conductor apurado e imprudente.
El
ciclista pedaleaba lentamente por el sinuoso camino que lo llevaría
a la cumbre del cerro; llevaba años haciendo el mismo recorrido
todos los sábados por la mañana, por lo cual ya se lo sabía de
memoria. De tanto en tanto se encontraba con puestos de propaganda e
hidratación que regalaban algún jugo, o simplemente agua para
rellenar las botellas; sin embargo el ciclista venía con su botella
llena de su domicilio, por lo que rara vez se detenía en alguno de
los lugares habilitados para rehidratación. De todas maneras esa
mañana podría ser diferente pues hacía demasiado calor, y ya se
había bebido media botella en la primera media hora de pedaleo.
Tres
horas más tarde el ciclista seguía ascendiendo el cerro, lo cual
era extraño, pues nunca demoraba más de una hora, y en días malos.
Recordaba que dos horas antes cuando creía estar por llegar la
cabeza le ardió durante algunos segundos, luego de lo cual recobró
el aliento y siguió pedaleando sin darle mayor importancia al
evento. Ahora el hombre seguía su ascenso por un camino que no le
era familiar, y por el más encima no circulaba nadie más. El hombre
empezó a temer que había equivocado la ruta y se había perdido,
por lo que detuvo su pedaleo.
El
ciclista estaba cada vez más confundido. Para más remate la neblina
había cubierto el cerro por lo que su campo visual se había
limitado a no más de un par de metros, y el frío empezaba a hacer
mella en su cuerpo. De pronto se hizo un claro en el nuboso ambiente
y la situación se hizo aún más confusa: el hombre miró hacia
abajo y vio la cumbre del cerro San Cristóbal. A los pies de la
virgen había un cuerpo inerte vestido igual que él y de sus mismas
características físicas rodeado de gente mirando con cara de
sorpresa y desolación; luego miró hacia arriba y vio que la cumbre
de lo que fuera que estaba subiendo se veía a no más de trescientos
metros de distancia. Sin más que hacer montó su bicicleta para
iniciar el último pedaleo de su existencia.