El
llanto de los niños era incesante en el lugar. Luego de la última
explosión el miedo se había apoderado de los alumnos del colegio,
quienes intentaban huir por todos los medios siendo contenidos por
sus profesores, quienes debieron armarse de valor en esa extraña
situación para evitar que el número de menores muertos aumentara a
cada momento. Todo era caos en ese instante, y nadie entendía cómo
una mañana normal se había convertido en esa debacle de sangre y
muerte de un momento a otro; lo único con que soñaban los
profesores, es que tan rápidamente como había comenzado todo, se
terminara esa locura.
Esa
mañana había comenzado como cualquier mañana en el colegio, padres
acompañando a sus hijos a la entrada del lugar, transportes
escolares llevando a los menos afortunados. A las ocho de la mañana
sonó la campana, se izó la bandera, a las ocho veintidós llegó el
último alumno atrasado autorizado para entrar. A las ocho treinta
todos los niños estaban empezando sus clases. A las ocho cincuenta
una extraña vibración se sintió en toda la estructura del colegio.
A las nueve de la mañana una explosión en la sala del segundo
básico B acabó con las vidas de todos los pequeños, y dejó
gravemente herido al profesor; dos minutos más tarde las explosiones
empezaron a sucederse una tras otra sin ritmo alguno.
Diez
minutos más tarde empezaron los disparos. Al parecer era más de un
tirador. Al parecer eran armas largas, pues uno de los profesores
recogió un proyectil enorme que no parecía bala de pistola o
revólver que había rebotado en un pilar estructural. Al parecer los
homicidas sabían lo que hacían, pues dos de cada tres tiros
alcanzaban a algún alumno o profesor, provocando casi inmediatamente
la muerte de la víctima. Nadie entendía lo que estaba sucediendo, y
todos luchaban por salir del lugar con vida.
Once
y media de la mañana. El silencio se apoderó del patio del colegio.
Uno de los profesores se atrevió a salir agazapado, y no fue herido
por ninguna bala; de pronto se puso de pie y se largó a correr hacia
la puerta de la entrada, logrando huir ileso. A los pocos segundos
algunos profesores se atrevieron a sacar a sus cursos al patio, y
lentamente hicieron ponerse de pie a los niños para que estuvieran
en condiciones de correr hacia la puerta de salida. De improviso se
escuchó un grito grupal, y desde la muralla del fondo del colegio un
batallón de soldados ataviados con uniformes de la primera guerra
mundial se lanzaron en carga de bayonetas para acabar con las vidas
de todos los pequeños, que a sus alterados ojos que veían mitad en
su realidad y mitad en la actual, correspondían con soldados
enemigos.