El
nochero despertó de su reparador sueño a las nueve de la noche. Ya
llevaba décadas trabajando en un turno de once de la noche a las
siete de la mañana, por lo que su vida transcurría cuando el resto
de la gente descansaba. El hombre se lavó los dientes con los ojos
cerrados, y de ahí pasó de inmediato a la ducha. Al salir se secó
sin mirarse al espejo, se peinó de memoria y salió del baño a
tomar desayuno y preparar su mochila para irse al trabajo. Su vida
transcurría sin sobresaltos, tal y como a él le gustaba.
El
nochero tenía puesto el televisor para ver las noticias antes de
salir, pues ese era su único nexo con la gente que vivía de día.
Luego de terminado el noticiario montaba su bicicleta para llegar
justo a la hora de su turno a ejecutar sus labores; en su trabajo
descansaba una noche en la semana, en la que también se levantaba de
noche, pues esa era la rutina de su vida. De hecho si lo pensaba bien
hacía demasiados años que no veía la luz del sol, cosa que en
realidad no le generaba conflictos ni inquietudes.
Esa
noche el nochero estaba un poco desconcentrado: sin darse cuenta
aplicó demasiada fuerza al cuchillo con el que trataba de cortar el
pan, y cuando se dio cuenta se había hecho una enorme y profunda
herida al medio de su palma izquierda. De inmediato corrió al
dormitorio y sacó del closet una toalla seca para contener la sangre
y evitar mayores inconvenientes: luego de un par de minutos de
apretar con fuerza se sacó la toalla, que extrañamente estaba seca
y sin sangre. Al mirarse la herida el hombre vio el gran corte en su
palma, pero completamente seco y limpio, como si nunca hubiera habido
sangre en ella.
El
hombre estaba desconcertado, miraba una y otra vez su herida y no
salía nada desde ella. De pronto un extraño impulso se apoderó de
él haciéndolo tomar el cuchillo y clavándolo en su abdomen: aparte
de no sentir dolor, nada salió por los bordes de la herida. En ese
instante el hombre miró la herida de su palma, y vio que ésta ya
estaba cicatrizada; al instante miró su abdomen, descubriendo lo
mismo. El nochero no entendía nada, hasta que de pronto recordó una
película que había visto cuando joven, poco antes de empezar su
trabajo nocturno. El hombre se dirigió temeroso al baño y se paró
frente al espejo: al mirar vio que su imagen no se reflejaba en éste,
y de inmediato empezó a entender el por qué vivía sólo de noche.
Antes de tomar su bicicleta para irse al trabajo, tocó con su lengua
sus colmillos a ver si tenían un tamaño o forma especiales.