Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, enero 23, 2019

Mirador

El hombre miraba por la ventana en absoluto silencio. A esa hora del día nadie circulaba por la calle, por lo que el hombre seguía mirando en silencio el entorno. De vez en cuando algún perro aparecía ante sus ojos, moviendo la cola al notar su presencia, para después seguir su camino desilusionado al no recibir respuesta del hombre. El ruido del viento chocando contra vehículos y postes de alumbrado se dejaba escuchar sin contrapeso: en esos momentos nada ni nadie más pasaba por el lugar como para hacer algún sonido que rompiera la monotonía en el lugar.

El hombre seguía escudriñando su campo visual a ver si alguien aparecía; sus ojos ya empezaban a cansarse de mirar la ciudad sin habitantes, y sin que nadie pareciera querer aparecer. El hombre ya se estaba aprendiendo de memoria los tiempos del semáforo de la esquina, y la cadencia de movimiento de las ramas del árbol de la otra esquina con el viento. Lentamente su mirada se aprendía los ciclos naturales y electrónicos de la ciudad, mientras no dejaba de mirar a todos lados, en espera que alguien de una vez por todas se dignara aparecer.

El hombre seguía mirando desde el mirador del edificio en que se encontraba, esperando a que algún humano decidiera salir y pasar por donde él estaba. De pronto una suave vibración lo sacó por un segundo de su estado: en ese instante estaba pasando uno de los trenes automáticos del ferrocarril subterráneo, que estaban programados para pasar a ciertas horas y detenerse en todas las estaciones a tomar y dejar pasajeros. El hombre quiso pensar que en ese tren vendría alguien que quisiera bajarse en esa estación y salir a la superficie para por fin poder ver a alguien: sin embargo la vibración le indicó que el tren siguió su camino, sin que nadie saliera de la estación.

El hombre miraba por la ventana en silencio. De pronto vio aparecer por la acera del frente a un muchacho de no más de quince años que se desplazaba agazapado y mirando para todos lados. El hombre estaba contento, pues por fin había visto aparecer a alguien en la calle. De inmediato el hombre apuntó a la cabeza del muchacho con la mira de su fusil Barrett .50. A esa distancia y en esa posición, no quedaría atisbos de cabeza del joven muchacho.