El
hombre miraba por la ventana en absoluto silencio. A esa hora del día
nadie circulaba por la calle, por lo que el hombre seguía mirando en
silencio el entorno. De vez en cuando algún perro aparecía ante sus
ojos, moviendo la cola al notar su presencia, para después seguir su
camino desilusionado al no recibir respuesta del hombre. El ruido del
viento chocando contra vehículos y postes de alumbrado se dejaba
escuchar sin contrapeso: en esos momentos nada ni nadie más pasaba
por el lugar como para hacer algún sonido que rompiera la monotonía
en el lugar.
El
hombre seguía escudriñando su campo visual a ver si alguien
aparecía; sus ojos ya empezaban a cansarse de mirar la ciudad sin
habitantes, y sin que nadie pareciera querer aparecer. El hombre ya
se estaba aprendiendo de memoria los tiempos del semáforo de la
esquina, y la cadencia de movimiento de las ramas del árbol de la
otra esquina con el viento. Lentamente su mirada se aprendía los
ciclos naturales y electrónicos de la ciudad, mientras no dejaba de
mirar a todos lados, en espera que alguien de una vez por todas se
dignara aparecer.
El
hombre seguía mirando desde el mirador del edificio en que se
encontraba, esperando a que algún humano decidiera salir y pasar por
donde él estaba. De pronto una suave vibración lo sacó por un
segundo de su estado: en ese instante estaba pasando uno de los
trenes automáticos del ferrocarril subterráneo, que estaban
programados para pasar a ciertas horas y detenerse en todas las
estaciones a tomar y dejar pasajeros. El hombre quiso pensar que en
ese tren vendría alguien que quisiera bajarse en esa estación y
salir a la superficie para por fin poder ver a alguien: sin embargo
la vibración le indicó que el tren siguió su camino, sin que nadie
saliera de la estación.
El
hombre miraba por la ventana en silencio. De pronto vio aparecer por
la acera del frente a un muchacho de no más de quince años que se
desplazaba agazapado y mirando para todos lados. El hombre estaba
contento, pues por fin había visto aparecer a alguien en la calle.
De inmediato el hombre apuntó a la cabeza del muchacho con la mira
de su fusil Barrett .50. A esa distancia y en esa posición, no
quedaría atisbos de cabeza del joven muchacho.