Un
pequeño y enjuto anciano caminaba de noche por el desierto de
Atacama. Iba muy abrigado para aguantar el frío del desierto en la
noche. De pronto metió la mano derecha a un pequeño bolso en que
llevaba unas semillas, tomó una, se la echó a la boca, y luego de
cubrirla con su saliva la enterró en la arena para luego seguir con
su camino recitando una oración que sólo él conocía. A la mañana
siguiente, y en cuanto los primeros rayos del sol llegaron al lugar,
empezó el milagro.
Una
pequeña planta empezó a crecer rauda sobre la superficie de la
arena del desierto, que parecía alimentarse vorazmente de los rayos
del sol, y de la saliva de su dueño. En menos de cinco minutos la
planta ya estaba florando: una enorme flor amarilla de largos y
delgados pétalos empezaba a crecer en el lugar, absorbiendo todo el
solo que podía. A los quince minutos el tallo había crecido hasta
los tres metros de alto, y la flor ya tenía cerca de un metro de
diámetro, y seguía creciendo sin parar gracias a la gran
luminosidad que recibía esa mañana. Media hora más tarde el tallo
ya medía diez metros de altura, medio metro de diámetro, y la flor
llegaba a los tres metros de diámetro.
La
flor seguía creciendo furiosa, y absorbiendo cada vez más y más
luz solar; al llegar al mediodía era un verdadero árbol de
cincuenta metros de altura sin hojas, con una descomunal flor de diez
metros de diámetro en su punta. A esa hora pasaba por el lugar un
dron policial de seguimiento de narcotraficantes que se encontró con
el extraño y maravilloso espectáculo, enviando las imágenes a la
central policial dejando boquiabiertos a todos los operadores y
testigos que se encontraban en el lugar. De pronto uno de ellos sacó
una fotografía de la pantalla para subirla a sus redes sociales; a
las dos horas medio planeta estaba viendo las imágenes, que también
llegaron a la NASA. Sin mucho que pensar uno de los jefes desvió un
satélite meteorológico para ver de qué se trataba la imagen; en
cuanto recibió las imágenes quedó paralizado. Para esa hora el
árbol medía más de ciento veinte metros de altura y la flor
superaba los treinta metros de diámetro. Justo en ese momento,
recibió una noticia que no logró entender.
La
flor crecía sin control en medio del desierto. A las cinco de la
tarde el tronco superaba los doscientos metros de alto y la flor ya
tenía cincuenta metros de diámetro, y seguía absorbiendo luz
solar. Mientras en la NASA casi todos miraban sorprendidos la imagen
satelital, un grupo de científicos intentaba comprender lo que
pasaba con el sol en ese instante; los instrumentos no mentían, el
sol estaba perdiendo su energía.
A
las ocho de la tarde el tronco había superado los mil metros de
altura y la flor ya tenía trescientos metros de diámetro, siendo
visible desde varios poblados cercanos. De pronto una sensación de
frío se apoderó de todos los habitantes del planeta; a los pocos
segundos un calor indescriptible acabó con la vida en la Tierra, y
con el Sol en el sistema solar. Desde ese instante los planetas del
sistema debería reacomodar sus órbitas en torno al nuevo sol, que
no era otro que la semilla plantada por el enjuto y ya extinto
anciano.