La
joven secretaria miraba ensimismada el cañón del revolver.
Encerrada en el baño de la empresa donde trabajaba por largos
minutos, no hacía más que mirar el cañón del arma, como si en
ello se le fuera parte de su vida. La atracción que le generaba el
arma era completamente incomprensible para ella, pero lo
suficientemente fuerte para no dejar el baño en el que estaba
encerrada en esos momentos.
La
joven llevaba casada dos años. Su marido, un guardia de seguridad
privado, era un buen hombre pero desde que lo conoció lo consideró
algo melancólico. Ahora el hombre estaba en el domicilio con reposo
médico por una depresión que había aparecido casi de la nada, y
que lo tenía sumido en una tristeza sin límites, en tratamiento con
pastillas para el día y para la noche, y controlado al menos una vez
a la semana por psicólogo, y una vez al mes por psiquiatra. La
desesperación al inicio del cuadro los hizo consultar en todas
partes, llegando inclusive a caer en manos de una médium que les
dijo que en su departamento había una presencia maligna que se había
apoderado del alma del hombre y le había causado dicho cuadro, cosa
que fue rápidamente descartada por psiquiatra y psicólogo, quienes
de inmediato se hicieron cargo del cuadro.
La
joven mujer estaba nerviosa. Por su trabajo el hombre manejaba en el
domicilio un revolver, y ella temía que por la mala evolución del
cuadro el hombre intentara usarlo contra sí mismo. Esa mañana, y
sin que él se diera cuenta, la mujer echó el arma en su bolso para
llevarlo a su trabajo y mantenerlo alejado de él. Al despedirse de
beso de su marido sintió un extraño viento entrando a su boca, pero
no le dio mayor importancia; además, necesitaba salir del
departamento rápido para que él no notara la ausencia del arma.
La
joven secretaria miraba ensimismada el cañón del revolver. De
pronto tres golpes en la puerta la sacaron de su concentración; una
compañera de trabajo necesitaba el baño, por lo que debía
desocuparlo luego. Sin pensarlo dos veces la joven colocó el cañón
del arma en su boca y percutó un disparo que acabó con su vida de
inmediato. Al instante la presencia maligna que había pasado del
cuerpo de su esposo al suyo con el beso matinal se liberó, empezando
rápidamente a buscar algún nuevo cuerpo para poseer dentro de los
consternados compañeros de la joven secretaria.