Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, marzo 13, 2019

Oficinista

El hombre estaba encerrado en su oficina en silencio, con el computador encendido y la mirada perdida más allá de la pantalla. Fuera de su lugar de trabajo todo bullía con efervescencia: voces y ruidos se escuchaban por doquier, sonidos de llamadas telefónicas, impresoras con trabajos en cola de impresión y personas haciendo cola para recoger sus impresos; usuarios murmullando, hablando y hasta gritando en la zona de atención de público, niños jugando y corriendo entre los adultos, adultos evitando a los niños descontrolados, personas viendo televisión, personas viendo sus teléfonos, personas viendo a las otras personas… y el hombre seguía encerrado en su oficina a solas.

Cerca del mediodía el flujo de clientes era enorme en el lugar, cada vez llegaba más gente y cada cual con un problema diferente, por lo que los funcionarios no tenían tiempo ni siquiera de pasar al baño. Los usuarios estaban indignados por el poco personal disponible para asistir a sus problemas; de pronto uno de los jefes del piso notó la ausencia del hombre que seguía encerrado en su oficina sin atender a nadie, y decidió ir a ver qué le sucedía. Raudamente enfiló sus pasos hacia la oficina del hombre, tocó la puerta, y al no recibir respuesta, simplemente entró.

El jefe del piso quedó congelado al entrar a la oficina: en el asiento había una imagen trasparente del hombre sentado al computador, que permanecía inmóvil y mirando a la nada. De inmediato el jefe llamó a quien pasara por el lugar para que viera lo que él estaba viendo y confirmara que no se estaba volviendo loco. En un par de minutos diez personas miraban sorprendidas la imagen trasparente de su compañero de trabajo, sin entender qué era lo que estaban viendo; la sensación de indefensión de los testigos era indecible.

El hombre seguía sentado en su oficina con el computador encendido y la mirada perdida. De pronto una de las secretarias lo llamó por su nombre, haciendo que el hombre girara su cabeza hacia ella; en ese instante su alma tomó conciencia de su realidad. El hombre había muerto de un infarto durante la noche y su alma no alcanzó a darse cuenta, llevándolo a seguir su rutina de siempre. Ahora que entendía que había muerto y que ese no era su lugar, levantó su mano derecha, hizo un ademán de despedida y se desvaneció en el aire para seguir su camino natural.