El
hombre estaba encerrado en su oficina en silencio, con el computador
encendido y la mirada perdida más allá de la pantalla. Fuera de su
lugar de trabajo todo bullía con efervescencia: voces y ruidos se
escuchaban por doquier, sonidos de llamadas telefónicas, impresoras
con trabajos en cola de impresión y personas haciendo cola para
recoger sus impresos; usuarios murmullando, hablando y hasta gritando
en la zona de atención de público, niños jugando y corriendo entre
los adultos, adultos evitando a los niños descontrolados, personas
viendo televisión, personas viendo sus teléfonos, personas viendo a
las otras personas… y el hombre seguía encerrado en su oficina a
solas.
Cerca
del mediodía el flujo de clientes era enorme en el lugar, cada vez
llegaba más gente y cada cual con un problema diferente, por lo que
los funcionarios no tenían tiempo ni siquiera de pasar al baño. Los
usuarios estaban indignados por el poco personal disponible para
asistir a sus problemas; de pronto uno de los jefes del piso notó la
ausencia del hombre que seguía encerrado en su oficina sin atender a
nadie, y decidió ir a ver qué le sucedía. Raudamente enfiló sus
pasos hacia la oficina del hombre, tocó la puerta, y al no recibir
respuesta, simplemente entró.
El
jefe del piso quedó congelado al entrar a la oficina: en el asiento
había una imagen trasparente del hombre sentado al computador, que
permanecía inmóvil y mirando a la nada. De inmediato el jefe llamó
a quien pasara por el lugar para que viera lo que él estaba viendo y
confirmara que no se estaba volviendo loco. En un par de minutos diez
personas miraban sorprendidas la imagen trasparente de su compañero
de trabajo, sin entender qué era lo que estaban viendo; la sensación
de indefensión de los testigos era indecible.
El
hombre seguía sentado en su oficina con el computador encendido y la
mirada perdida. De pronto una de las secretarias lo llamó por su
nombre, haciendo que el hombre girara su cabeza hacia ella; en ese
instante su alma tomó conciencia de su realidad. El hombre había
muerto de un infarto durante la noche y su alma no alcanzó a darse
cuenta, llevándolo a seguir su rutina de siempre. Ahora que entendía
que había muerto y que ese no era su lugar, levantó su mano
derecha, hizo un ademán de despedida y se desvaneció en el aire
para seguir su camino natural.