El
viejo cantante interpretaba a viva voz un clásico blues. Pese al
micrófono el músico cantaba a todo el volumen que su cuerpo daba,
como un modo de entregar a sus oyentes parte de su alma en cada
actuación. Pese a todo su técnica vocal estaba tan bien
desarrollada, que era capaz de cantar veinte canciones o más a todo
pulmón, lo que ya venía haciendo hace más de treinta años,
acompañado de su guitarra de caja metálica (también conocida como
Dobro en el medio) y de su vaso de bourbon eternamente a medio
llenar. El viejo cantante era feliz con su vida, y con eso le
bastaba.
Esa
noche llegó a la hora de siempre al bar en que actuaba. Tal como
todos los días se encerró quince minutos antes de salir al
escenario a vocalizar para salir con las cuerdas vocales listas para
entregar su actuación de siempre. Al intentar dar la primera nota de
la primera vocalización, se quedó mudo; ello le había ocurrido un
par de veces antes, por lo que se dirigió a la cocina del bar, pidió
permiso con un ademán, sacó un limón y una taza de agua caliente y
se lo llevó a su salita sin incomodar a nadie. Luego de preparar el
brebaje y beberlo con calma, tomó su guitarra y se dispuso a seguir
con su vocalización; al segundo intento, y luego que su voz siguiera
inaudible, se empezó a preocupar.
Diez
minutos faltaban para empezar su actuación y aún estaba mudo. Luego
de probar todos los trucos del oficio para el problema y sin que
ninguno resultara, decidió ir a hablar con el dueño del lugar para
pedirle disculpas por no poder actuar esa noche y prometerle que
estaría listo para la noche siguiente. En cuanto pudo se dirigió a
su oficina, entró en ella, se sentó y empezó a hablar, sin que el
dueño pareciera darse cuenta de su presencia.
Dos
minutos más tarde una cocinera entró llorando a la oficina,
diciendo frases ininteligibles, y haciendo que tanto el dueño como
él la siguieran a toda velocidad. Los pasos de la mujer los llevaron
a la sala donde calentaba la voz el viejo cantante; en ese instante
el hombre vio una imagen incomprensible. En el suelo yacía su cuerpo
inerte, mientras dos personas intentaban reanimarlo infructuosamente;
el viejo cantante no entendía cómo podía estar parado junto a
todos y a la vez botado en el suelo, muerto. De pronto una presencia
apareció a su lado, acercó la boca a su oído y le susurró lo que
había sucedido: el viejo cantante había entregado por completo su
alma al cantar como cantaba, su impulso vital se había acabado, y
ahora debería esperar hasta recuperar algo de su esencia para seguir
su camino al más allá.