La
pierna izquierda le dolía intensamente. Hacía un mes que tenía un
dolor quemante en su pierna izquierda que no quería pasarse solo. La
mujer se miraba la pierna todos los días a ver si aparecía algún
cambio de color, la aparición de alguna masa o de várices que
hicieran comprensible lo que estaba sintiendo, pero nada de ello
había ocurrido. La pierna izquierda le dolía sin motivo aparente, y
al parecer el dolor no se iba a desaparecer hasta que se hiciera ver.
Esa
tarde el dolor era insoportable, tanto así que se puso a llorar en
la oficina; en cuanto su jefe la vio, y se percató que no había
nada visible que explicara el dolor, decidió enviar a la mujer a un
servicio de urgencias para que alguien la ayudara con su
predicamento. En media hora la mujer estaba en la sala de espera de
la urgencia; dos horas después fue pasada al sector de atención,
donde una joven doctora le preguntó qué le pasaba, la examinó, y
al no encontrar nada, empezó a pedir varios exámenes de imágenes y
de sangre que seguramente arrojarían la causa del dolor y daría
luces de la solución del problema.
Dos
horas más tarde la mujer seguía en la urgencia. De pronto apareció
la joven doctora con un colega mayor, y entre ambos le explicaron que
ningún examen había arrojado nada, y que la dejarían hospitalizada
para seguir haciendo exámenes al día siguiente. La paciente se negó
pues no podía dejar a su familia sola, y luego de una breve
discusión con los médicos firmó su ficha y se retiró por sus
medios, con el mismo dolor insoportable, pues ninguno de los fármacos
endovenosos le había hecho efecto.
La
mujer se acostó esa noche asustada. Mientras intentaba conciliar el
sueño pensaba en la necesidad de haberse quedado en la clínica para
hacerse los estudios y aclarar de una vez por todas el por qué de su
dolor. Luego de una hora pensando logró quedarse dormida con el
mismo dolor continuo en su pierna izquierda. Esa noche fue la peor de
todas, pues el dolor la despertaba a cada rato. De pronto y de la
nada el dolor desapareció, y por fin logró quedarse profundamente
dormida.
A
la mañana siguiente el despertador despertó a la mujer, quien no
entendía qué pasaba, pues ya no tenía el
dolor que la había acompañado durante un mes que le había parecido
eterno. Esbozando una gran sonrisa la mujer se sentó en la cama y
destapó sus piernas: en ese instante vio con horror que una tercera
pierna había salido de su muslo izquierdo, que podía mover a su
voluntad y que ya no dolía.