La
joven detective esperaba pacientemente en el vehículo institucional
a la entrada del consultorio. Ocho meses de seguimiento por fin
habían dado frutos, y ahora era el momento preciso para dejarse caer
en el lugar y atrapar a la malvada mujer que otrora la había
perjudicado. La joven había utilizado todas las herramientas que
había adquirido en su formación para obtener la información que
necesitaba para encontrar a quien la había dañado, y ahora sólo
faltaba encararla y cobrar la deuda adquirida con ella antaño. La
detective no estaba nerviosa pues se había visto en situaciones
similares muchas veces; sin embargo en esa ocasión, y por tratarse
de un tema personal, algo de ansiedad ocupaba su mente.
La
joven detective miraba insistentemente hacia la reja de salida. Una
semana atrás y como parte del seguimiento había determinado que era
esa la puerta que la mujer usaba para salir del trabajo todos los
días a las cinco de la tarde, para tomar la locomoción que la
llevaría a su hogar; si bien era cierto cabía la posibilidad de
atraparla en su domicilio, le era más cómodo encararla a la salida
de su lugar de trabajo, donde la encontraría desprevenida,
disminuyendo las posibilidades de alguna eventual reacción.
Faltando
cinco minutos para las cinco de la tarde empezó el movimiento.
Lentamente algunos funcionarios empezaban a retirarse antes de
tiempo, a ver si con eso evitaban el taco de la locomoción que
empezaría cinco minutos más tarde; sin embargo la mujer no estaba
en ese grupo, ella esperaba el horario formal para retirarse. El
nivel de ansiedad de la detective subía por cada segundo menos que
faltaba para encarar a la mujer; para ayudar a controlarse encendió
un cigarrillo que fumó a toda velocidad para encajar con el tiempo
en que debería salir la mujer. De pronto, y en el grupo de
funcionarios que iba saliendo, la divisó.
La
madura matrona se despedía de sus compañeros de trabajo lo más
rápido posible para poder llegar rápido al paradero y tomar la
locomoción rumbo a su casa. De pronto alguien a sus espaldas la
llamó por su nombre haciéndola darse vuelta para ver quién era; de
golpe y porrazo se encontró con el cañón de un arma apuntando a su
rostro. Sin mediar provocación, y en el instante en que la añosa
matrona la reconoció, la joven detective disparó a la cabeza de la
mujer quien murió instantáneamente a vista y paciencia de sus
compañeros de trabajo que huían aterrorizados. La detective llamó
por radio a la central para esperar a sus colegas y entregarse: por
fin había podido acabar con quien fuera su esposo en su vida
anterior, quien la había asesinado y enterrado su cadáver sin que
nadie jamás hubiera podido encontrarlo.