Esa
mañana de invierno la anciana, como todas las mañanas, se había
levantado extremadamente temprano. Desde que enviudó diez años
atrás, se acostumbró a seguir levantándose temprano; antes lo
hacía para desayunar con su marido, ahora simplemente por costumbre,
y por el gusto de ver el amanecer a través de la ventana del
departamento en el que vivía, luego de vender su casa y repartir el
dinero que quedó de la venta y luego de la compra del departamento
con sus hijos. Ahora la mujer vivía de su jubilación, y de la
jubilación de su marido; sin tener grandes ingresos, al menos le
alcanzaba para no necesitar de nadie para llegar a fin de mes.
La
mujer se había preparado una paila de huevos y un café para
desayunar, y había ido a sentarse en una diminuta mesa que tenía
instalada en la terraza. Le encantaba desayunar ahí cuando no hacía
demasiado frío, pues le permitía ver al sol salir desde la
cordillera. La mujer miraba hacia la montaña sin que nada sucediera
aún, por lo que decidió encender el televisor del comedor, pues a
esa hora debían estar dando ya los clásicos programas de noticias
previo al inicio de los matinales, que empezaban a las ocho de la
mañana.
La
anciana seguía mirando hacia la cordillera sin que nada sucediera.
De vez en cuando la mujer miraba hacia el comedor, pues los matinales
ya habían empezado. Extrañamente no había gente gritando ni
saltando ni bailando, sino bastante gente seria, y despachos en vivo
desde edificios que parecían sacados de películas de ciencia
ficción; de hecho la mujer se paró a ver si era el canal correcto
con los animadores correctos. Una vez vio a los animadores, que
estaban con cara de preocupación, volvió a la terraza a esperar ver
la salida del sol.
Cerca
de las diez de la mañana la anciana seguía mirando la cordillera
esperando ver al sol salir. A la mujer le parecía bastante extraño
que a esa hora aún no saliera el sol, pues ya había terminado su
desayuno y ya estaba tejiendo a crochet, cosa que generalmente hacía
con luz natural. En el comedor las extrañas imágenes se seguían
sucediendo, hasta que de pronto apareció en pantalla el presidente
de la república con un semblante sombrío. Recién en ese instante
la mujer le dio volumen al televisor, pues siempre lo mantenía en
silencio. Hasta que empezó el terremoto grado diez no entendía las
palabras del presidente que decía que la tierra había dejado de
girar, y que había llegado el mentado fin de los tiempos.