Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, octubre 30, 2019

Malabarista

El malabarista estaba en pleno trabajo ese día en una concurrida esquina vehicular. Luego de semanas lidiando con vendedores ambulantes y mendigos logró hacerse de una esquina donde podía trabajar tranquilamente haciendo lo que había aprendido a hacer desde niño: malabares con cuchillos. El artista usaba seis cuchillos sin filo, los cuales hacía sonar antes de empezar su espectáculo de cincuenta segundos para cautivar las miradas de algunos conductores mientras el semáforo los detenía con la luz roja, y a ver si lograba que al menos uno de ellos decidiera dejarle alguna propina para llevar el sustento a su hogar.

El malabarista era casado por la ley de dios y la del hombre, tenía una pequeña hija de cinco años que lo había visto practicar malabares desde la cuna por lo que desde los tres años empezó a jugar con pelotas de esponja, convirtiéndose en pocas semanas en una hábil aprendiz. Ahora con cinco años jugaba ya con clavas de madera y pelotas de tenis, sin que ello revistiera mayor desafío para sus capacidades. Su madre la miraba crecer y aprender las habilidades de su padre, y ya empezaba a pensar en hablar con su marido para planificar la llegada de un hermanito para su hija.

Ese día el malabarista llegó tarde a su casa, pues el trabajo había estado bueno y no había querido venirse temprano para aprovechar la generosidad de los conductores. Al llegar encontró la casa vacía, y un charco de sangre absorbiéndose en el comedor. De inmediato el hombre llamó a su esposa, quien le dio la peor noticia que podía haber recibido en su existencia: su hija había sacado los cuchillos de la cocina para imitar los malabares de su padre. En uno de los lanzamientos el filo de uno de ellos cortó una de sus manos, haciéndola desconcentrarse y llevando a que el resto de los cuchillos cayeran sobre ella, uno de los cuales entró por el hueco sobre su clavícula izquierda, cortando la arteria carótida y haciendo que la pequeña se desangrara en el comedor. Cuando su madre la descubrió la pequeña aún seguía viva, pero llegó muerta a la urgencia del hospital.

El malabarista llegó temprano esa mañana a la esquina de costumbre. Su cara demacrada mostraba que no había dormido esa noche, y que había llorado bastante. Lentamente sacó de su mochila sus cuchillos, esperó a que la luz diera rojo y se paró frente a los conductores; el malabarista tomó las seis hojas y las lanzó coordinadas al cielo, no sin antes cortarse las palmas con el filo que les había sacado durante la noche. El hombre esperó a que las hojas alcanzaran su máxima altura, y se acostó de espaldas en el pavimento.