Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, noviembre 27, 2019

Anciano

La mente del anciano estaba cansada, tal como su cuerpo. Para el hombre estaba claro que era natural que sus músculos estuvieran agotados y desgastados por el paso de los años, pero el hecho de pensar más lento, con más dificultad, y a veces tener ideas inconexas lo estaba molestando sobremanera. Para el anciano su mente era su capital más preciado, y ahora veía cómo día tras día su capital se escapaba de su cerebro y empezaba a dejarlo desocupado y libre, pero sin la posibilidad de usarlo en otras cosas. El anciano estaba empezando a quedar encerrado dentro de su cerebro, y no sabía dónde había quedado la llave para abrir la puerta y volver a sentirse libre.

El hombre miraba cómo su entorno se desenvolvía naturalmente. Él intentaba seguirles el paso, pero había ocasiones en que todo funcionaba demasiado rápido para su velocidad de reacción, por lo que empezaba a quedarse atrás, y llegado cierto momento era tal la velocidad alcanzada por quienes interactuaban con él que simplemente se perdía en el camino. Ello frustraba al anciano y lo hacía aislarse y rehuir el contacto con su entorno, más que nada para evitar sentirse avergonzado al no poder seguir el ritmo de quienes lo rodeaban. Finalmente la frustración y el aislamiento terminaban por hacer de su vida un infierno.

El anciano luchaba por volver a pensar como cuando era joven. Sus ratos libres los usaba íntegramente en resolver puzles y juegos de ingenio y memoria, con la esperanza que dichos juegos mantuvieran su cerebro funcional. Sin embargo día tras día sus capacidades se mermaban cada vez más, llevándolo a extremos tales como no poder coordinar sus movimientos, empezar a olvidar a su familia y amigos, y hasta perder el control de sus esfínteres. La vida se estaba poniendo color de hormiga, y al parecer no había nada en sus manos para luchar contra ello.

Una mañana el anciano despertó bruscamente. Al intentar hablar se dio cuenta que había olvidado cómo hacerlo. De pronto una mujer de un tamaño desproporcionado entró a su habitación, y contra su voluntad lo levantó como si nada, para luego colocarlo en una cama enorme y sin preguntar nada cambiar su ropa interior. Luego de terminado el vergonzoso proceso la mujer enorme abrió su blusa, sacó una de sus mamas y colocó la boca del anciano en ella; el viejo hombre contra su voluntad empezó a mamar, y se dio cuenta que le gustaba. Poco a poco la vieja alma se acostumbraría al nuevo cuerpo, y lentamente iría olvidando su vida anterior para hacer frente a su nueva encarnación.