La
mente del anciano estaba cansada, tal como su cuerpo. Para el hombre
estaba claro que era natural que sus músculos estuvieran agotados y
desgastados por el paso de los años, pero el hecho de pensar más
lento, con más dificultad, y a veces tener ideas inconexas lo estaba
molestando sobremanera. Para el anciano su mente era su capital más
preciado, y ahora veía cómo día tras día su capital se escapaba
de su cerebro y empezaba a dejarlo desocupado y libre, pero sin la
posibilidad de usarlo en otras cosas. El anciano estaba empezando a
quedar encerrado dentro de su cerebro, y no sabía dónde había
quedado la llave para abrir la puerta y volver a sentirse libre.
El
hombre miraba cómo su entorno se desenvolvía naturalmente. Él
intentaba seguirles el paso, pero había ocasiones en que todo
funcionaba demasiado rápido para su velocidad de reacción, por lo
que empezaba a quedarse atrás, y llegado cierto momento era tal la
velocidad alcanzada por quienes interactuaban con él que simplemente
se perdía en el camino. Ello frustraba al anciano y lo hacía
aislarse y rehuir el contacto con su entorno, más que nada para
evitar sentirse avergonzado al no poder seguir el ritmo de quienes lo
rodeaban. Finalmente la frustración y el aislamiento terminaban por
hacer de su vida un infierno.
El
anciano luchaba por volver a pensar como cuando era joven. Sus ratos
libres los usaba íntegramente en resolver puzles y juegos de ingenio
y memoria, con la esperanza que dichos juegos mantuvieran su cerebro
funcional. Sin embargo día tras día sus capacidades se mermaban
cada vez más, llevándolo a extremos tales como no poder coordinar
sus movimientos, empezar a olvidar a su familia y amigos, y hasta
perder el control de sus esfínteres. La vida se estaba poniendo
color de hormiga, y al parecer no había nada en sus manos para
luchar contra ello.
Una
mañana el anciano despertó bruscamente. Al intentar hablar se dio
cuenta que había olvidado cómo hacerlo. De pronto una mujer de un
tamaño desproporcionado entró a su habitación, y contra su
voluntad lo levantó como si nada, para luego colocarlo en una cama
enorme y sin preguntar nada cambiar su ropa interior. Luego de
terminado el vergonzoso proceso la mujer enorme abrió su blusa, sacó
una de sus mamas y colocó la boca del anciano en ella; el viejo
hombre contra su voluntad empezó a mamar, y se dio cuenta que le
gustaba. Poco a poco la vieja alma se acostumbraría al nuevo cuerpo,
y lentamente iría olvidando su vida anterior para hacer frente a su
nueva encarnación.