La
anciana miraba caer la lluvia por la ventana. Desde chica le había
atraído la lluvia, pues sabía que era un regalo de dios a los
hombres de la tierra. La anciana se había criado en un hogar
católico que le había enseñado que la verdadera fuente del
conocimiento del hombre era la biblia, y que pese a todo lo que
pudiera escuchar en su vida nunca debería olvidar dicho precepto.
Así, la mujer vivió una vida alejada de los avances del
conocimiento y centrando su vida en las reglas dictadas por dios a
los hombres en su libro sagrado.
La
mujer miraba hacia el patio interior de su casa por la ventana, y
veía cómo se formaban posas en la tierra. La mujer recordaba su
lejana infancia cuando salía al patio con lluvia y saltaba sobre las
posas salpicando todo a su alrededor partiendo por su ropa y sus
zapatos; luego aparecía su madre quien la regañaba para luego
quitarle la ropa embarrada, bañarla y acostarla para evitar que se
resfriara. Luego la mujer recordaba cuando le tocaba ir al colegio
bajo la lluvia, pues su madre le enseñó de pequeña que “los
niños no eran de azúcar” por lo que no se deshacían con la
lluvia, por lo que el clima no era motivo para faltar al colegio.
Así, salvo eventos particulares, su asistencia al colegio era
perfecta.
La
lluvia arreciaba a esa hora en el patio de la anciana. La mujer
recordaba cuando trabajaba de operaria en una industria para ayudar a
criar a sus hijos en una época de estancamiento económico; en ese
período de la vida la lluvia ya no le gustaba tanto, pues eran sus
hijos quienes se embarraban y ella quien debía secarlos y bañarlos.
El frío y la humedad perjudicaban su salud, y eso llevó a que casi
la echaran por inasistencias al trabajo; sólo una sincera
conversación de católica a católica con su jefa salvó su puesto
de trabajo.
La
anciana continuaba mirando la lluvia. De pronto sintió algo de frío
y decidió ir a acostarse, mientras veía por la ventana cómo la
lluvia no paraba de caer. En algún momento quiso intentar abrir la
puerta para salir a sentir la lluvia sobre su rostro pero recordó
que estaba trabada, y que su hijo mayor había sido incapaz de
destrabarla. A algunos kilómetros de distancia su hijo miraba por
cámaras las acciones de su madre; cuando la anciana se acostó y
apagó la luz, el hombre pudo desactivar el software que hacía ver
lluvia en el patio de la casa que se proyectaba en las ventanas del
departamento de su madre, ubicado en el piso quince de una céntrica
torre de edificios adaptados para el cuidado de adultos mayores.